Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios. Todo aquel que ama al Padre, ama al que ha nacido de Él. En esto sabemos que amamos a los hijos de Dios: cuando amamos a Dios y guardamos Sus mandamientos. Porque este es el amor de Dios: que guardemos Sus mandamientos, y Sus mandamientos no son difíciles. 1 Jn 5:1–3.
Las escrituras reiteran una y otra vez la necesidad de amar; el que nace de Dios, porque ha creído en Cristo como salvador, ama todo lo que es nacido de Él. Esta reiteración de las Escrituras no debemos menospreciarla; es Dios diciéndonos una y otra vez que nos amemos. Pero también amar a los hijos de Dios debe ir acompañado de amar a Dios y de guardar sus mandamientos; así son conocidos los verdaderos creyentes.
Hay personas que se jactan del amor al prójimo que tienen, que aman al hermano, al necesitado, a los que no tienen, de su altruismo. Quizá muchos se vean atraídos por esta forma de proceder y muchas iglesias han tomado este camino. Pero amar al prójimo sin guardar los mandamientos de Dios es igualmente erróneo y pecaminoso que decir amar a Dios y aborrecer al prójimo. Las Escrituras nos han encerrado; el amor de Dios que decimos tener debe mostrarse en amar al prójimo y a su santa Ley.
Ese amor que decimos tener hacia Dios solo se puede demostrar en obediencia (Dt 13:4). El Señor no pide ofrendas y sacrificios, altruismos y despojos, lo que pide es la obediencia (1 S. 15:22). Temer a Dios y guardar sus mandamientos es el todo del hombre (Ec. 12:13). Bienaventurados los que oyen la Palabra de Dios y la guardan (Lc 11:28). Solo los que permanecen en Cristo y en su Palabra son sus discípulos (Juan 8:31); los que dicen amar a Jesús guardan sus mandamientos (Jn. 14:15,21,23-24, 15:10,14).
La obediencia a los mandamientos de Dios para el creyente no le es pesado, no sufre por llevarlos, los ama (Salmo 119: 97). Si alguien dice amar al prójimo y que ama a Dios, pero que no vive una vida piadosa, guardando la ley del Señor, tal es un impostor. Las bendiciones que Dios derrama sobre aquellos que guardan su ley es gracia y son muchísimas, pero por ahora diremos que hay que ser consistentes para dar un buen testimonio de ser hijos de Dios.
Amar a Dios se refleja en amar al prójimo y en guardar su ley; el que no ama al prójimo no es nacido de Dios, el que no guarda la ley de Dios tampoco lo es. Ser consecuentes en esto es nuestro deber de creyentes; no por amar la ley dejaremos de amar al prójimo ni viceversa. Dios quiere que amemos, como manda, a Él sobre todas las cosas, que guardemos sus mandamientos como testimonio, y uno de sus mandamientos es amar al prójimo; en esto se conocerá que somos hijos del Dios viviente.