Amarse unos a otros

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Un mandamiento nuevo les doy: “que se amen los unos a los otros”; que como Yo los he amado, así también se amen los unos a los otros. »En esto conocerán todos que son Mis discípulos, si se tienen amor los unos a los otros». Jn 13:34–35.

De los muchos atributos de Cristo que causaron profundas impresiones en los incrédulos, Jesús destaca quizás el más grande en este pasaje. Ni el conocimiento teológico, ni la actividad religiosa, ni los actos de ofrenda sacrificial revelan el verdadero cristianismo en la misma medida que cuando los creyentes se aman unos a otros con el amor de Jesucristo.

Mientras entrenaba a sus discípulos, Jesús presentó el amor como la señal más confiable de la presencia de la verdadera fe. Hay una razón seria para esto. Los cristianos sólo pueden amar verdaderamente cuando lo hacen con el amor de Jesucristo, cuando son verdaderamente salvos por Él, lo conocen y están llenos de Él. La gente expresa el amor de diversas maneras. El amor del hombre—independientemente de cómo se muestre—es radicalmente diferente del amor de Dios. El amor de Dios surge del corazón amoroso del Padre y no depende de factores y condiciones externos. Proviene completamente de la buena voluntad y la disposición bondadosa de un corazón amoroso.

Sólo este tipo de amor es capaz de vencer el mal que llena el mundo que lo rodea. Sólo este tipo de amor puede traer luz y calor en medio de la oscuridad y el frío de la humanidad oprimida por el pecado. Sólo este tipo de amor puede pasar por alto las faltas de los demás, llevando pacientemente en sí sus cargas y ayudando a los demás a superarlas. El corazón capaz de generar tal amor debe ser extremadamente fuerte y perfectamente independiente de alguien o de algo. Por eso es imposible aprender ese amor. La gente es incapaz de practicarlo. Un amor así sólo puede llenar nuestro corazón cuando lo hemos recibido de Cristo. ¿Tenemos este amor por Cristo y su pueblo?