Asombro y adoración al Creador

Avatar de Daniel Noyola

Cuando veo Tus cielos, obra de Tus dedos,
La luna y las estrellas que Tú has establecido,
Digo: ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él,
Y el hijo del hombre para que lo cuides?

Salmo 8:3–4

Hace unos días, en una conversación con mi esposa, reflexionábamos sobre una de las particularidades de los niños: su capacidad para asombrarse ante las cosas que experimentan por primera vez. Nos llamó la atención cómo los niños observan el mundo con una admiración pura, como si cada detalle fuera un descubrimiento fresco y fascinante. En contraste, como adultos, a menudo hemos perdido esta habilidad; nos hemos vuelto insensibles a la belleza de lo que nos rodea, y muchas veces damos por sentado el esplendor de la creación. No es que estas cosas hayan dejado de ser impresionantes; es que nuestro corazón se ha vuelto insensible a su belleza.

Concluimos de que algo similar puede ocurrirnos en nuestra relación con Dios y Su creación. Nos acostumbramos a la magnificencia de los cielos, al brillo de las estrellas, al majestuoso orden del universo, y dejamos de ver en todo ello la revelación de nuestro Creador. Sin embargo, como nos recuerda el Salmo 19:1, “Los cielos cuentan la gloria de Dios.” En Su creación, Dios revela Sus atributos eternos, Su poder, y Su divinidad (Rom. 1:20). Toda la creación es una invitación constante a contemplar Su grandeza.

El salmista, en el Salmo 8, se nos presenta bajo el manto de una noche estrellada, meditando en la inmensidad del universo. Se maravilla no sólo ante el esplendor de la creación, sino también ante la gracia de un Dios que, siendo tan grande, tiene cuidado de seres tan pequeños como nosotros. “Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites?” (Sal 8:3-4). Esta es la paradoja de la grandeza de Dios y Su cercanía: Él es un Dios inmenso, pero también es un Dios cercano, fiel a Su pacto, que cuida de Sus hijos.

Desafortunadamente, muchas veces, dejamos de contemplar esta revelación, y desviamos nuestra atención hacia cosas que no tienen provecho. Nos dejamos llevar por el brillo falso de las cosas de este mundo y buscamos asombro en experiencias pasajeras que jamás podrán llenar el vacío que solo Dios puede llenar. Romanos 1:21 nos advierte que cuando dejamos de dar gracias y honra a Dios, el resultado es que nuestros corazones se entenebrecen. Al final, esta búsqueda de asombro en cosas vanas no es otra cosa que idolatría. Cuando Dios no ocupa Su lugar en nuestros corazones, terminamos adorando la creación en lugar del Creador.

Contemplemos nuevamente Su creación con un corazón que le adore, recordando que cada detalle de ella nos revela Su grandeza y poder. Al mirar a los cielos, que no sólo nos asombremos, sino que nuestro corazón se rinda en adoración sincera, dándole gracias a Dios por quien Él es. Que nuestra respuesta sea una adoración verdadera, desde lo más profundo de nuestro ser, reconociendo que sólo Él es digno.