Bienaventurados seremos si practicamos la Palabra de Dios.

man standing in front of cave

Porque si alguien es oidor de la palabra, y no hacedor, es semejante a un hombre que mira su rostro natural en un espejo; pues después de mirarse a sí mismo e irse, inmediatamente se olvida de qué clase de persona es. Pero el que mira atentamente a la ley perfecta, la ley de la libertad, y permanece en ella, no habiéndose vuelto un oidor olvidadizo sino un hacedor eficaz, este será bienaventurado en lo que hace. Stg 1:23–25.

La Biblia usa una ilustración para mostrarnos la necedad del hombre cuando oye la Palabra y no la aplica. Las personas tienen que mirarse mucho en el espejo porque rápidamente olvidan lo que son o cómo se ven. Los espejos de la era de Santiago no eran tan terminados como ahora; quizá hayan sido un metal refinado que reflejaba a quienes se acercaban, pero no con una claridad absoluta, por ello tenían que volver, pues olvidaban cómo se veían y de nuevo querían observarse.

Una persona que es expuesta a la Palabra de Dios, que asiente a las verdades bíblicas, pero que no aplica esas verdades a sus vidas, es como esa persona que se ve en el espejo. Verse cara a cara con la Palabra, entender el juicio de Dios y aun así no hacer cambios, eso es lo que denuncia la Biblia. Las personas que ven su pecado y que no van a Cristo en busca de perdón y misericordia y siguen su vida como si nada se han vuelto oidores olvidadizos.

Pero los que sí logran ver la Palabra de Dios y permanecer en ella y se vuelven practicantes de lo que oyen, estos son dichosos, bienaventurados. El que por la Palabra es transformado, y que busca restauración, sabe que debe practicar lo que observa y lo que oye de ella (Sal. 19:7–9). La obediencia a la Palabra resulta en bendición (Jos. 1:8). Dios quiere que nos sometamos a su Palabra y que así no seamos más esclavos del pecado (Ro. 6:16–18). Quiere que disfrutemos de la libertad en Cristo.

Cristo tildó a los que no practican la Palabra como necios (Mt. 7:26), porque ya nos ha libertado de la ley del pecado para que nos sometamos a Él (Ro. 8:2, 15; Gá. 5:13). Así que, hermanos, cuando consideremos la Palabra de Dios, en la lectura diaria, en los devocionales o cuando la escuchemos, nuestro deber es dejarnos transformar por ella (2 Cor 3:17). El Señor quiere que seamos a la imagen de Jesucristo transformados, pero para ello debemos dejar nuestra necedad y volvernos practicantes de lo que oímos, de lo que ven nuestros ojos. Si practicamos los mandamientos de Dios seremos bienaventurados, pero si no lo hacemos, Él nos juzgará.