Porque ustedes mismos saben, hermanos, que nuestra visita a ustedes no fue en vano, sino que después de haber sufrido y sido maltratados en Filipo, como saben, tuvimos el valor, confiados en nuestro Dios, de hablarles el evangelio de Dios en medio de mucha oposición, 1 Tes 2:1–2.
La predicación del evangelio no es una tarea sencilla; tiene retos que van a crear en los creyentes cierta resistencia a proclamarlo; dentro de ellos están el rechazo, los sufrimientos y las necesidades que se pueden sufrir en el proceso. Como creyentes, fuimos llamados al evangelio por otros que se atrevieron a predicarnos para que nos alumbrara Cristo.
Pero hacerlo de manera abierta tiene riesgos verdaderos, desde falsas acusaciones de traer un evangelio falso, rechazo de la sociedad y de las comunidades a las que llegamos hasta el encarcelamiento y muerte de algunos de los hermanos, como lo ha sido siempre. Pero estas circunstancias no deberían apocar en nosotros el deseo de hacer la voluntad de Dios (Mt 28:19–20), parte de saber cómo conducirse en la casa de Dios es proclamar el evangelio (1 Ti. 3:15).
Mac Arthur en el comentario a estos versículos, decía: «Los llamados a ser ancianos de la iglesia, quienes predican, enseñan y lideran el rebaño de Dios, tienen el deber inigualable de proclamar el evangelio a los pecadores incrédulos y llevar a quienes crean y se bauticen a la comunión de la iglesia local». Este trabajo del evangelismo debe ser impulsado en las iglesias por los líderes y la iglesia; entonces los seguirá.
Por lo tanto, ningún miembro de la iglesia local está eximido de esta tarea; es una cuestión de obediencia, como Pablo se lo mandó a Timoteo (2 Ti. 4:2). Cuando los creyentes ya no tienen fuerzas para seguir esta noble tarea, entonces pueden encontrarla en el Señor (Ef. 6:10). Cuando los creyentes somos débiles, el poder de Dios se manifiesta (2 Co. 12:9–10).
A pesar de lo mucho que Pablo y Silas sufrieron en Filipo, siguieron con la predicación del evangelio, llevando las buenas noticias a más personas y plantando iglesias. La persecución no fue para ellos un pretexto válido para llevar las buenas nuevas de salvación a las naciones. Estaban persuadidos del verdadero poder del evangelio (Ro 1:16–17).
Lo que cada creyente en esta época debe reflexionar es su relación con la predicación del evangelio, si le huye a esta tarea o si la realiza con gozo y alegría a pesar de la oposición. Ningún creyente podrá ir al Tribunal de Cristo poniendo pretextos por desobedecer la comisión, porque mientras viva en esta tierra tendrá la obligación de obedecer y la responsabilidad y consecuencias de su desobediencia. El Señor nunca dijo que esta tarea era sencilla; lo que sí prometió es que estará con su iglesia hasta el fin.
Si el Señor de gloria va con su pueblo, ¿quién podrá detenerlo? Es el poder de Dios en el evangelio que transforma y convence a los pecadores; debemos confiar en ello, para que traiga verdadero fruto de justicia.
