Por esta razón también, obrando con toda diligencia, añadan a su fe, virtud, y a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio, al dominio propio, perseverancia, y a la perseverancia, piedad, a la piedad, fraternidad y a la fraternidad, amor. 2 P 1:5–7.
Para crecer en la santidad del Señor, hay que poner la fe como fundamento, como si estuviésemos construyendo. Los cimientos son la fe que viene por Cristo, la que salva, la que da vida eterna (Ef 2:8); el primer piso de nuestro edificio piadoso es la virtud, la excelencia moral; la segunda planta es el conocimiento; el tercer piso es el dominio propio.
La palabra griega de donde surge la idea de dominio propio fue usada como una forma de vida que declara que las personas que libremente controlan todas las cosas, manteniendo la libertad al refrenarse a sí mismas, son las que de verdad tienen dominio sobre sí mismas. El dominio propio es parte del fruto del Espíritu (Gá. 5:23).
Pedro, lo que está enfocando en este pasaje es que los cristianos no viven en un libertinaje. Porque entienden la santidad y la anhelan, en el deseo pleno de agradar a Dios. En esa libertad se abstienen de toda clase de placer a fin de someterse a la santidad. Un creyente que no se somete a la santidad corre riesgos graves, como el juicio de Dios (1 Corintios 10:12). Esto ocurre porque, al abusar de su libertad, no supo que enfrentaría juicio y la disciplina de la Iglesia (1 Corintios 5:11).
La iglesia debe evitar la comunión con quien, abusando de su libertad, carece de dominio propio y se excusa para disfrutar los placeres de este mundo. Dios llama a su pueblo a ser sobrio, prudente, a andar en la nueva vida en Cristo. Solo los que dependen realmente del Santo Espíritu de Dios pueden lograr un verdadero dominio de sus pasiones y deseos que lo quieren doblegar.
La falsa doctrina confunde el dominio propio con golpear y humillar el cuerpo, caminando hacia lugares “santos”, haciendo buenas obras, algunos literalmente golpeando sus cuerpos. Parte de las ventajas del dominio propio es que nos ayuda a luchar contra el pecado y las falsas doctrinas; esta disciplina piadosa abre los ojos para detectar aquellos que usan la esclavitud de sus cuerpos para comprar el favor de Dios (1 Ti. 6:3–5). Por tanto, el dominio propio nos enseña que para los cristianos la vida se dirige por el mandato de Dios, de modo que no hay lugar para un dominio propio autónomo. Solo el dominio propio del Espíritu lleva a la santidad.
