Por esta razón también, obrando con toda diligencia, añadan a su fe, virtud, y a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio, al dominio propio, perseverancia, y a la perseverancia, piedad; a la piedad, fraternidad y a la fraternidad, amor. 2 P 1:5–7.
Se ha hecho un recorrido por las características de la santidad, de una vida que agrada a Dios; la base de esta vida es la fe (Ef 2:8), la que es don de Dios y termina en el amor. Es crucial recordar la urgencia del cumplimiento de una vida que glorifique a Dios, por medio de la virtud, el conocimiento, dominio propio, perseverancia, piedad, fraternidad y el último piso del edificio, el amor.
La razón de este amor hacia los creyentes tiene su origen en Cristo; nos manda a amarnos con el mismo amor que nos amó (Jn. 13:34), de manera que no es opcional y tampoco es condicional; el amor que nace de Dios no pone trabas, ni excusas, porque el que es incapaz de amar a su hermano no puede decir que ama a Dios (1 Jn 4:7). Este amor debe ponerse en práctica con una conciencia del deber y como una decisión desde lo racional.
El tipo de amor que Pedro dice que los creyentes deben unir a las características de las personas santas es un amor desinteresado y sacrificado. Jesús dijo que hay que amar al enemigo (Mt. 5:43–44). Por otro lado, no debe haber hipocresía entre los creyentes (Ro. 12:9); debemos preguntarnos si todo lo que hacemos lo hacemos con amor (1 Co. 16:14); la Palabra de Dios nos manda a servirnos en amor (Ga 5:13–14); también debemos estimularnos los unos a los otros al amor (He. 10:24).
El amor es una decisión que los creyentes deben tomar; se aplica el amor cuando conscientemente me sacrifico por los hermanos, les sirvo, los perdono por sus faltas y llevo sus cargas. Este tipo de amor solo se puede aplicar a otros cuando ya hemos conocido el amor de Dios y entendemos el sacrificio que significó (Jn 3:16). De esa misma manera sacrificial, el amor hacia los creyentes y hacia Dios debe verse reflejado.
En este punto debemos reconocer que cada una de las añadiduras que hay que hacerle a la fe requiere mucho esfuerzo y una negación a sí mismo. De esta manera, cada vez que los creyentes empiezan a esforzarse por cumplir con estos preceptos, reflejan que se niegan cada día. Por esto Pedro dice que lo que estemos haciendo, debemos hacerlo con diligencia y con diligencia debemos llenar cada uno de los pisos de la santidad.
Hay creyentes que se quedan, según ellos, solo en el piso de la fe, entonces se desentienden de la santidad y la perseverancia; esto es reflejo de su incredulidad. Los que aman a Cristo practican la santidad, el amor, el dominio propio, la virtud, buscan y anhelan el conocimiento de Dios, perseveran en la fe, aman y sirven a los hermanos porque deudor es del amor de Dios. Hay que esforzarse para lograr una vida agradable delante de Dios, que solo puede iniciar cuando Él pone fe en nosotros, pero una vez salvados, poner los otros pisos es una decisión que hay que tomar cada día.
