Él mismo llevó nuestros pecados en Su cuerpo sobre la cruz, a fin de que muramos al pecado y vivamos a la justicia, porque por Sus heridas fueron ustedes sanados. Pues ustedes andaban descarriados como ovejas, pero ahora han vuelto al Pastor y Guardián de sus almas. 1 P 2:24–25.
Para mostrarnos lo que significa sufrir por amor, Pedro se enfoca en la vida de Jesús y su sacrificio por los pecadores. Él fue el que sufrió la muerte de cruz, el que padeció la ira de Dios y muerte a manos de los pecadores. Cristo en la cruz sintió el abandono del Padre, para cargar todo el pecado de los que por fe creerían en su Nombre. Ahora que tenemos una teología del sufrimiento, podemos ver a Cristo y entender que en el sufrimiento podemos exaltarlo, porque Él nos ha dejado ejemplo.
La muerte de Cristo nos invita a morir al pecado, al orgullo que nos hace enfrentarnos a la realidad con una visión de superioridad, en busca de derechos y de placeres. Ahora que Cristo ha muerto por nuestros pecados, nosotros debemos morir a los nuestros y vivir en la justicia y rectitud que demanda su Nombre, porque posicionalmente ya fuimos justificados (2 Co. 5:21; 1 P. 3:18). Fue en su muerte que nuestras almas hallaron vida eterna; en sus llagas fuimos justificados y, por su dolor, fuimos aceptados delante del Padre.
Todo este sufrimiento de Cristo se debió a la incapacidad del ser humano de buscarlo, como ovejas perdidas, pero ahora hemos vuelto a Dios en arrepentimiento por la obra de Cristo. El Señor, al morir y resucitar por su rebaño, ha pasado a ser el Obispo y Pastor de sus almas eternas. Ahora debemos andar como ovejas suyas (Col. 3:1–7).
Lo que Pedro quiere que veamos es cómo el sufrimiento de Cristo y su ejemplo en ese proceso terminaron para el beneficio de nuestras almas. Cuando lo maldecían, callaba para llevar nuestros pecados y librarnos del mal venidero. A veces el sufrimiento en nuestras vidas es necesario y traerá buen fruto si lo hacemos con conciencias cristianas, sometidos a Dios.
Así como la obra de Cristo tuvo mucho dolor en la tierra para librarnos del mal venidero, de la misma manera nuestra vida cristiana puede tener muchos dolores, pero debemos aferrarnos a la esperanza eterna que es la resurrección de Jesucristo de entre los muertos y la promesa de estar con Él para siempre (Ef. 2:1–7; 4:17–24).
