Limpien la levadura vieja para que sean masa nueva, así como lo son en realidad sin levadura. Porque aun Cristo, nuestra Pascua, ha sido sacrificado.
1 Corintios 5:7
Cuando el apóstol Pablo declara en 1 Corintios 5:7: “Porque aun Cristo, nuestra Pascua, ha sido sacrificado”, nos invita a contemplar la profundidad de la gracia que brota de la obra redentora de Jesús. El símbolo de la Pascua —establecido en Éxodo 12, donde un cordero sin defecto era sacrificado y su sangre puesta en los postes de las puertas para librar al pueblo de Israel de la muerte— nos señalaba anticipadamente a Cristo, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Juan 1:29).
En Egipto, la sangre del cordero pascual separó a Israel del juicio y los liberó de la esclavitud. De manera mucho más sublime, la sangre de Cristo, nuestro Cordero perfecto y sin mancha, nos libera de la esclavitud del pecado y del juicio eterno. Así como Israel se apresuró a comer la carne del cordero “con sus lomos ceñidos” (Éxodo 12:11), nosotros hoy somos llamados a «alimentarnos» de Cristo por fe, caminando en santidad y listos para dejar atrás todo lo que nos ata al viejo estilo de vida.
Esta Semana Santa, recordemos que el sacrificio de Jesús no es únicamente un evento histórico del pasado, sino el fundamento de nuestra comunión diaria con Dios. Tal como declara 1 Juan 1:7: “La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado”. Él llevó el golpe que merecíamos por nuestro pecado, cubriéndonos con su sangre para que el juicio pase de largo, tal como pasó sobre las casas marcadas con la sangre del cordero en Egipto.
La Pascua antigua era una sombra de la gloriosa realidad que encontramos en Cristo. Él cumplió plenamente la promesa de liberación, sacándonos de la esclavitud espiritual para llevarnos a su “luz admirable” (1 Pedro 2:9). Su sacrificio nos invita a la gratitud y a la confianza, recordándonos que no estamos solos en la lucha contra el pecado. Así como la sangre del cordero protegía a Israel, la sangre de Cristo nos protege y nos llama a vivir con la massa nueva de sinceridad y verdad (cf. 1 Corintios 5:7).
¿Estás alimentándote de Cristo por fe cada día? ¿Hay áreas en tu vida que necesitan ser cubiertas por la certeza de su sangre protectora y purificadora? Que esta Pascua sea un tiempo para examinar el corazón, para reconocer la grandeza del Cordero que pagó el precio de nuestra culpa y para adorar a Aquel que nos libera y nos sostiene.
Descansa en la obra consumada de Cristo, nuestra Pascua. Permite que su amor, su poder y su gracia te transformen. Cuando comprendemos el costo de nuestra redención, respondemos con gratitud y devoción sincera, dando testimonio de que en verdad Cristo ha sido sacrificado por nosotros y que su victoria nos guía a una vida nueva, libre y llena de la esperanza que solo Él puede darnos.