Cristo oye la oración y entiende nuestro dolor.

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Porque no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino Uno que ha sido tentado en todo como nosotros, pero sin pecado. Por tanto, acerquémonos con confianza al trono de la gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna. He 4:15–16. 

Una de las maravillas de la oración es que se trata de una conversación con Dios; el asunto es que muchas veces pensamos que no son oídas o entendidas, nada más falso que eso. Cuando Cristo estuvo en la tierra, tuvo una vida de padecimientos también, tentación (Lucas

4:1-13), hambre, cansancio (Jn 4:6), dolor por la separación de sus amigos como Lázaro (Jn 11:35), hasta la soledad de ser abandonado por sus amigos en el momento de su muerte. Todo esto hace posible que quien entienda nuestro dolor pueda compadecerse, porque no solo entiende nuestras aflicciones, las sufrió en carne propia.

Ahora que entendemos esto, podemos ir en pos del Señor a pedirle su misericordia cada día; ahí encontraremos a nuestro Salvador, que nos entiende, que se dolió de la manera que nos dolemos escuchándonos, para darnos las misericordias que necesitamos. Si estamos en tentación, podemos confiar en Él, que nos sostendrá (1 Co. 10:13); si tenemos dolor, es nuestro consuelo; si tenemos temor, es nuestro ayudador; si nos sentimos solos, es nuestro Hermano mayor; si estamos en el umbral de la muerte, es nuestra esperanza. De manera que nuestras oraciones, cualquiera que sea la situación, son oídas y constatadas.

No dejemos que el orgullo nos separe de nuestro Salvador, tampoco que Satanás siembre la duda del resultado de la oración. Ningún dios pagano trasciende a la esfera terrenal para habitar y entender a su pueblo, por eso no hay dios como nuestro Dios que se humilla para ver los cielos y la tierra (Sal 113:6), que se humilla a sí mismo para redimir a su pueblo (Fil 2:8). Por esto ahora podemos acudir en oración, porque en su humillación logró que seamos exaltados con Él; cuando estábamos lejos, nos acercó, y ahora tenemos abierto el canal de la oración para ser socorridos en el momento oportuno.

Qué bendición tan grande es la oración, pero a la vez es un medio despreciado; si el creyente tuviese la capacidad de ver la oración como la ve Cristo, con la urgencia que tiene de socorrernos, oraríamos sin cesar. Animémonos los unos a los otros a orar, oremos cuando tengamos oportunidad, que no solamente Cristo oye la oración, sino que entiende nuestro dolor y nos socorre.