Cuidado al enseñar de parte de Dios

two men talking while sitting on bench

Hermanos míos, que no se hagan maestros muchos de ustedes, sabiendo que recibiremos un juicio más severo. Porque todos fallamos de muchas maneras. Stg 3:1–2.

Los rabinos, es decir, los maestros, que eran judíos, gozaban de gran privilegio; eran muy respetados por el pueblo. Es posible que en los inicios de la iglesia muchos de estos rabinos hayan sido parte de la iglesia y de los maestros que enseñaban como parte de los ministerios y dones de la iglesia (Ef. 4:11). En principio, ser maestro no representa nada negativo; todo lo contrario, es un don de Dios. Pero en los tiempos de Jesús este oficio se había pervertido.

En esta sección, lo que la Biblia nos enseña es que revisemos las motivaciones: ¿por qué alguien desea ser maestro? Los maestros deben revisar su vida. También en lo concerniente a lo que dice y habla de sí mismo y de otros. Si la iglesia debe cuidar lo que habla, cuánto más el que enseña. Los creyentes todos somos llamados a la predicación y a la enseñanza del Evangelio glorioso de nuestro Señor (Mt. 28:19–20). Pero no todos son llamados a ser maestros de la Iglesia del Señor.

El juicio que recibirán los maestros que no cuidan su forma de hablar y de enseñar a la Iglesia es porque dicen hablar de parte de Dios. Cuando un maestro se planta en frente de una congregación, sin temor a Dios, y habla, será juzgado por sus palabras. Él dijo: «De toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio» (Mt 12:3). Hay que recordar que los maestros también darán cuenta a Dios (He. 13:17).

Revísese cada uno, antes de ser maestro; el juicio de Dios es severo y el ser humano falla mucho. Esta palabra, que algunas Biblias traducen como pecar y en este caso fallar, se usaba para hablar de equivocarse o errar. Es decir, que las personas nos equivocamos mucho al hablar y al decir lo que pensamos. El problema está en equivocarnos y decir que viene de parte de Dios.

El consejo de Santiago es que seamos humildes y mesurados a la hora de hablar de parte de Dios, que lo hagamos con reverencia y temor. Es la Palabra la que tiene que guiarnos a decir las cosas, a dar un consejo y no un impulso de prepotencia y orgullo. Debemos cuidar nuestros corazones y mentes para no fallar e inducir a otros al error, porque entonces seremos juzgados y recibiremos juicio santo, justo y severo por nuestra forma de hablar.