Ahora bien, si ponemos el freno en la boca de los caballos para que nos obedezcan, dirigimos también todo su cuerpo. Miren también las naves; aunque son tan grandes e impulsadas por fuertes vientos, son, sin embargo, dirigidas mediante un timón muy pequeño por donde la voluntad del piloto quiere. 3:3–5.
El poder y la maldad que sale de la lengua es increíble. En el contexto inmediato, Santiago habla de los maestros (V. 1); la profesión de maestro es hablar y usar su lengua, ya que es esta su profesión, debe entender los peligros. El llamado es que no nos hagamos muchos maestros, porque la lengua es un arma muy peligrosa. Los maestros que también pecan deben ser personas que sepan hablar, controlar su lengua. La Biblia da por hecho que todos pecamos con la lengua y que debemos sujetarla, pero que los maestros deben luchar para que sus enseñanzas no estén contaminadas.
Lo que la Biblia nos enseña es que el ser humano ha podido domar bestias, naves marítimas con timones pequeños. Pero la lengua no la ha podido domar, pensando en la experiencia de Santiago al vivir con Cristo unos 30 años y verlo en todo ese tiempo sin pecado; para él era muy fácil identificar el pecado (1 P. 2:21–23). Ahora, debemos reconocer que el pecado sigue siendo nuestra experiencia diaria y, de muchas formas, con la lengua hay una gran cantidad de formas de pecar, por ejemplo: la palabra precipitada, la declaración falsa, la sugerencia astuta, el chisme dañino, la insinuación, la impureza.
Si un bozal puede controlar a un caballo, un timón pequeño a un barco, ¿cómo controlamos la lengua? El problema de la lengua es que refleja lo que hay en el corazón «porque de la abundancia del corazón habla la boca» (Lc 6:45); nadie puede hablar de lo bueno si es malo (Mateo 12:34). Guardar lo que habla la lengua es una cuestión espiritual; hay que cuidar lo que hay en el corazón, lo que abrazamos y lo que albergamos porque la lengua no puede ocultar la maldad del corazón.
Todos los pecados que se pueden cometer con la lengua solo son el reflejo de la maldad que hay en nosotros, por ello debemos pedir perdón a Dios (1 Jn 1:9) y dejarnos guiar por su mano poderosa para abandonar este mal proceder. Ahora los que quieren ser maestros deben tener un corazón limpio para que su lengua no los lleve a cometer pecado, porque su ministerio es el hablar.
La congregación de los santos debe cuidar su corazón, llenarlo de lo espiritual, dejar que el Espíritu lo gobierne para que su hablar sea también santo, y así ser santo en esta manera de vivir (1 P 1:15). Hay que controlar la lengua, pero la única manera es llenando nuestro corazón del conocimiento y el temor del Señor.