En esto se reconocen los hijos de Dios y los hijos del diablo: todo aquel que no practica la justicia, no es de Dios; tampoco aquel que no ama a su hermano. Porque este es el mensaje que ustedes han oído desde el principio: que nos amemos unos a otros. No como Caín que era del maligno, y mató a su hermano. ¿Y por qué causa lo mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas. 1 Jn 3:10–12.
Otra característica de los falsos hermanos que se han infiltrado entre creyentes es que no aman, el impío no siente amor por otro que no sea el mismo. En resumen, lo que Juan está diciendo es que solo existen dos tipos de personas, los que son hijos de Dios y practican justicia y amor. Los hijos de Dios reflejan el carácter de su Padre, lo imitan y anhelan su presencia.
Por otro lado, están los hijos del diablo, que también imitan a su padre, el cual es padre de mentira (Jn 8:44), además es homicida, no siente amor por nadie. Juan se preocupa por darnos un ejemplo de cómo es un hijo del diablo y el ejemplo que es Caín, mató a su hermano, no había amor en él, porque era del maligno y practicaba la maldad a diferencia de su hermano. Los incrédulos que viven en medio de la Iglesia no se santifican, ni aman, puede ser que quieran imitar el amor y la comunión, pero lo que no pueden imitar es la santidad que solo da Dios.
Lo que en el fondo las escrituras nos están dando son pistas para que sepamos diferenciar entre los verdaderos hijos de Dios y los falsos. Los creyentes corren peligro en medio de farsantes de la fe o de personas que influyen en la iglesia, pero que no son cristianos, de eso hay que tener cuidado y cuidar la iglesia. Hay que tener cuidado de no menospreciar lo que Satanás puede hacer cuando se infiltra en la Iglesia (2 Co. 2:11), hay que ser cautelosos y estar alerta porque anda Satanás asechando (1 P. 5:8). El problema es que si no prestamos atención puede estar desde adentro causando problemas.