Cuidado con los ídolos.

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Hijos, aléjense de los ídolos. 1 Jn 5:21.

Este mandamiento tiene mucho sentido por la época en la que se escribió la epístola. Probablemente, Juan escribió desde Éfeso, la casa de la diosa Diana, donde se celebraban cultos paganos e inmorales; hay que recordar que los dioses paganos incitan a los hombres y mujeres a la inmoralidad y al libertinaje. No es raro que en la fiesta de un ídolo haya licores y drogas, además de fiestas que incitan a lo sexual y a la adoración de muertos. En casi dos mil años eso no ha cambiado. Cada vez que los apóstoles se enfrentaban a estas situaciones y a estos ídolos, causaban revuelo (Hch. 19:23–41).

Dios es muy categórico en contra de los ídolos domésticos y de los cultos paganos y nos dice directamente que «No pueden beber la copa del Señor, y la copa de los demonios; no pueden participar de la mesa del Señor, y de la mesa de los demonios» (1 Co. 10:21). Dios no comparte su gloria con nadie (Is 42:8-10) y menos con ídolos domésticos.

Puede ser que un cristiano fiel y verdadero haya ya renunciado a estos ídolos visibles y a los vicios que estos cultos promueven, y esto es normalmente parte de las muestras de la obra de Dios en nuestras vidas. Pero hay algunos ídolos que no son tan visibles, pero que de igual manera arrastran al pecado; estos, los invisibles, son los más complicados porque la tendencia es a minimizarlos y esto es lo que los convierte en peligrosos.

Todo pensamiento altivo debe ser derribado para sujetar todos los pensamientos en Cristo (2 Co. 10:5); toda persona, objeto y/o costumbre que se opone a Dios, que le quita el trono, es un ídolo con el que hay que luchar. Sin lugar a dudas, el ser humano está hecho para adorar a Dios y cuando Él no está en el trono, cualquier otro diosecillo va a tomar ese lugar, de ahí la importancia de cuidar el corazón y sujetarlo a Cristo.

Los ídolos hacen ciego al hombre, pero Dios nos ha dado su Palabra que alumbra a los (Sal. 119:105) y de esta podemos echar mano cuando estamos en incertidumbre (2 P. 1:19). Así que, hermanos, la manera de combatir los ídolos es volviendo el corazón a Cristo y dejando que gobierne nuestras vidas y que nos dirija por medio de su Palabra. Hay que ser muy conscientes de la realidad de nuestros corazones para poder luchar contra los ídolos y ese discernimiento solo lo da el Espíritu, por lo cual debemos someternos a Él para que nos guíe siempre a Cristo.