Hermanos, no se maravillen si el mundo los odia.Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en muerte. Todo el que aborrece a su hermano es un asesino, y ustedes saben que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él. 1 Jn 3:13–15.
Odiar o aborrecer es un sentimiento que Dios repudia, cuando alguien odia a su prójimo y guarda rencor en su corazón, está haciéndose reo de muerte (Mt. 5:21–22). Enojarse contra el hermano al punto de expresar improperios y maldiciones es ya en sí un pecado que es intolerable entre los cristianos y más si hay rencor entre ellos, esto es como si lo matase en su corazón. El mundo esto hace a los creyentes: los aborrece hasta la muerte, les guarda rencor, no los ama, desea su perdición.
Los creyentes, por otro lado, deben tener una visión diferente de los enemigos, debe orar por ellos (Mt. 5:44; Ro. 12:14, 20; 1 P. 3:9), por quienes los persiguen y ultrajan. En el corazón del creyente no debe haber ni una pizca de resentimiento para nadie. Porque el mundo eso es lo que hace perseguir a Cristo y a sus seguidores (Hch. 14:22; 1 P. 4:12), quizás la falta de persecución sea un síntoma de poca piedad, porque el mundo persigue a los piadosos, los aborrece. (2 Ti. 3:12)
Los cristianos somos conocidos por amar, aun a los enemigos, porque ningún asesino entra al reino de los cielos (Ap 21:8), odiar es sinónimo de asesinar. El creyente debe tener un corazón perdonador, que ama, que refleja la calidad de amor recibido, que perdona como ha sido perdonado por Cristo (Col 3:13). En la mente del cristiano no hay lugar para traumas del pasado, porque todas las cosas que le pasan han sido permitidas por Dios, reconoce el señorío de Cristo en el universo y entiende que todas las cosas le ayudan a bien (Ro 8:28).
La falta de amor en medio de la Iglesia solo es un síntoma de un mal mayor, la mundanalidad. Los creyentes que aman a Cristo y desean ser como Él amarán al prójimo, el hermano y al enemigo, de hecho eso hace que nuestra oración sea por arrepentimiento y perdón de pecados para aquellos que se oponen a la iglesia. Si la iglesia no es una comunidad de amor y perdón, entonces debemos volver al Evangelio y arrepentirnos. Si no amamos al prójimo difícilmente amárenos a Dios (1 Jn 4:20), una íntima comunión con Dios hará brotar el amor entre los creyentes. Amémonos como el padre nos ha amado y así daremos testimonio de su poder salvador.