Dedicados a practicar la Palabra de Dios.

Sean hacedores de la palabra y no solamente oidores que se engañan a sí mismos. Stg 1:22.

Ya Santiago ha exhortado a los creyentes a prestar oído a la Palabra de Dios; este es un paso muy importante, pero es necesario poner en práctica lo que decimos oír. Uno de los conflictos más serios a los que nos enfrentamos como seres humanos es la congruencia; debemos aprender a ser congruentes. Si escuchamos la Palabra y la atesoramos en el corazón, es con el objetivo de practicarla también.

Los discípulos de Cristo son los que verdaderamente permanecen en su Palabra (Jn. 8:31). Ser un hacedor implica que el oyente se compromete en todo su ser a aplicar las verdades de la Palabra a su vida. Ser hacedor implica dedicación a tiempo completo, todos los días, en cada momento. Es como si para cada momento nos preguntáramos: «¿Qué dice la Biblia acerca de esto o aquello? ¿Qué piensa Dios de esto que haré?». Cada instante, cada decisión debe estar marcado por tomar en cuenta la Palabra.

Mientras que un oidor de la Palabra es más parecido a aquellas personas que hacen todo por obligación, incluso ir al culto, por una cuestión moral o religiosa. Es como ir a clases de la materia que menos nos gusta; vamos por obligación y porque hay que aprobarla. Así es como cada creyente se ve cuando, después de ser expuesto a la Palabra, no cambia sus actitudes delante de Dios. Por esto Juan resume esta realidad así: «En esto se reconocen los hijos de Dios y los hijos del diablo: todo aquel que no practica la justicia, no es de Dios; tampoco aquel que no ama a su hermano» (1 Jn 3:10).

El problema es que nos engañamos a nosotros mismos y bajamos la credibilidad del Evangelio, porque la Palabra nos desafía a aplicar lo que creemos y oímos; a eso se le llama ser congruentes con nuestra fe. Porque de lo contrario seríamos mentirosos. «Y en esto sabemos que lo hemos llegado a conocer: si guardamos Sus mandamientos. Él qué dice: “Yo lo he llegado a conocer”, y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él». (1 Jn 2:3–4)

El desafío para los creyentes es volverse practicantes de la Palabra oída. Aplicarse a fondo para ser hacedores de la verdad del Evangelio. Y si hasta ahora hemos sido solo oidores, pidamos perdón a Dios, confesemos nuestro pecado y volvámonos a Él mediante Su Palabra.