Así brille la luz de ustedes delante de los hombres, para que vean sus buenas acciones y glorifiquen a su Padre que está en los cielos. – Mt 5:16.
La luz no hace ruido, pero transforma todo a su alrededor. Donde hay luz, desaparece la confusión, el miedo y la oscuridad. Así describe Jesús la vida de sus discípulos: una luz que no se puede ocultar. No se trata de destacar ni de llamar la atención, sino de reflejar lo que Él ha hecho en nosotros.
Cuando Jesús dice: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres”, nos recuerda que esa luz no es nuestra; es la suya brillando a través de nosotros. No la producimos, solo la dejamos pasar. Y el propósito no es que otros nos admiren, sino que vean nuestras buenas obras y glorifiquen a Dios. Las buenas obras no son actos heroicos, sino una vida transformada: palabras amables, integridad cuando nadie nos ve, misericordia con quien no puede devolvernos el favor. Esas cosas muestran que Cristo vive en nosotros (Ef 2:10).
Jesús llama a Dios “Padre que está en los cielos”. En esas pocas palabras hay una gran verdad: Dios es cercano como Padre, pero también majestuoso como Rey. Vivir en la luz significa reflejar ambas cosas: ternura en el trato con los demás y reverencia en nuestra conducta. No es moralismo ni fuerza de voluntad; es fruto de estar unidos a Cristo, la verdadera luz del mundo. Por eso el creyente puede vivir en el mundo sin copiar su forma de pensar (Jn 17:15–18). Ha sido hecho parte del “pueblo escogido” para mostrar la grandeza de Dios que lo sacó de las tinieblas (1 Pe 2:9).
Brillar, entonces, no depende de nuestra intensidad, sino de nuestra comunión. La lámpara no alumbra por sí misma; necesita aceite. Nuestra luz se mantiene viva cuando buscamos al Señor en oración, cuando alimentamos el alma con su Palabra, cuando obedecemos con humildad. Si dejamos de depender de Él, la llama se apaga.
Hoy el Señor nos invita a no esconder la luz. En tiempos donde la oscuridad crece, el mundo necesita ver vidas distintas, no perfectas, sino llenas de la gracia de Cristo. Que nuestra forma de vivir lleve a otros a decir: “Dios es real”.
Señor, que tu luz brille en nosotros. Líbranos de vivir para ser vistos y enséñanos a reflejar tu amor, tu pureza y tu verdad, para que muchos te conozcan y glorifiquen tu nombre. Amén.
