Dejar de hacer lo que Dios quiere que hagamos también es pecado.

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A aquel, pues, que sabe hacer lo bueno y no lo hace, le es pecado. Stg 4:17.

Después de la serie de mandamientos que nos ha dado Santiago, concluye que los que arbitrariamente deciden no seguir la voluntad divina están pecando. En este pasaje, lo bueno se refiere a la voluntad del Señor, a sus mandamientos, su santidad. Claramente, para los creyentes este proverbio debe ser su estándar de vida: «Debemos hacer lo que Dios ha dicho que es bueno».

Algo que hay que entender es que lo que para Dios es bueno, en principio, no necesariamente nos será de gozo; esto solo manifiesta la dureza de nuestro pecado y la debilidad que tenemos. El profeta Jonás quizá es la personificación de un hombre de Dios que se revela a su voluntad; otro ejemplo de esto es Acán, quien, sabiendo las demandas de Dios, tomó para sí lo que se le había dicho que no tomara (Jos 7). La ira de Dios se reveló enseguida contra ambos.

El pecado de la omisión o de procrastinar es sin duda una forma simple de ver cómo pecamos contra Dios. Cuando dejamos que el tiempo pase y no hacemos lo que se nos mandó, no somos diferentes a Jonás, tanto es así que el mismo Jesús contó en parábolas el castigo que deberían cargar los negligentes (Lc. 12:41–48). Ser negligentes parece ser la costumbre del ser humano; abandonar la voluntad de Dios e ir en pos de lo que nos gusta es el pecado que probablemente estemos tolerando.

Las Escrituras nos mandan dejar la necedad para saber cuál es la voluntad de Dios. «Así pues, no sean necios, sino que entiendan cuál es la voluntad del Señor» (Ef. 5:17). Los impíos se condenan a sí mismos porque, conociendo a Dios, lo han rechazado; así de grave es el pecado de dejar de hacer la voluntad de Dios cuando se conoce (Ro. 1:21–23).

Hermanos, procuremos ser fieles a Dios, no seamos negligentes, aprovechemos bien el tiempo porque los días son malos (Efe 5:16), si Dios ya nos ha dado lo que necesitamos para la vida y la piedad. Ahora que tenemos los mandamientos de Dios, su Palabra, su Espíritu, y sabemos cuál es su voluntad, no debería costarnos; busquemos cuál sea su voluntad para nuestras vidas y ejecutemos sus mandamientos en ella. No dejemos que la pereza o nuestro orgullo se interpongan en hacer lo que Dios nos ha mandado. Hermanos, es hora de dejar la pereza y la procrastinación; busquemos la santidad. Parte de esa vida santa es hacer todo lo que para Dios es bueno.