Dejar que la Palabra more en nosotros evitará el pecado de la ira.

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Esto lo saben, mis amados hermanos. Pero que cada uno sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para la ira; pues la ira del hombre no obra la justicia de Dios. Por lo cual, desechando toda inmundicia y todo resto de malicia, reciban ustedes con humildad la palabra implantada, que es poderosa para salvar sus almas. Stg 1:19–21.

Santiago introduce un tema sabido dentro de los judíos, la prudencia del silencio; este es conocido gracias al gran número de proverbios conocidos que recomiendan ser sabios para hablar. «Aun el necio, cuando calla, es tenido por sabio; cuando cierra los labios, por prudente» Pr 17:28. Lo que para ellos es conocido es esta necesidad de hablar con sabiduría y callar cuando es debido (Pr. 10:19).

Cuando hay enojo y gritería en la casa, Dios lo llama pecado y manda a eliminarlo de nuestras vidas (Ef. 4:26, 31). El creyente no tiene excusa para vivir una vida airada; el mandamiento es quitar ese modo de vida de nosotros (Col. 3:8). La persona colérica vive fuera de la justicia de Dios; debemos practicar como creyentes el hábito de escuchar con paciencia antes de hablar. No hay pretexto que valga cuando nos airamos porque evitamos la sabiduría y la promulgación de la santidad y del evangelio.

La palabra de Dios nos manda a desechar ese tipo de inmundicia que está contaminando nuestras vidas y nuestras almas. La gritería, el enojo, la falta de paciencia, todo eso es inmundo y hay que eliminarlo; esto es malicia que todavía está en nosotros y se manifiesta de esta manera, creando conflictos, pleitos y gritería. De alguna manera, cuando vivimos de esta manera tan alejada de Dios, su Palabra no es recibida. Cuando un pecador es confrontado por el pecado o corregido y llamado a la santidad, puede con gozo recibir la palabra o enojarse, pero no ambas a la vez; Dios quiere que la recibamos con humildad.

La manera de corregir estos pecados en nuestras vidas es recibiendo humildemente el consejo de Dios, su Palabra que nos corrige y nos lleva a toda verdad, que nos salva del pecado y de la muerte eterna. La Biblia manda a que, en vez de tener un carácter hostil, nos dejemos guiar por la Palabra de verdad, reprender y que así crezcamos en nuestra salvación y seamos fieles testigos del Evangelio.

Una persona que se enoja, que grita y que vive enojada no representa la justicia del Evangelio; por lo tanto, los creyentes debemos acudir a la Palabra, dejar que ella more en nosotros, que nos corrija y aceptarla con mansedumbre para ser testigos de Cristo. A medida que le damos lugar a la Palabra en nuestros corazones, habrá menos enojo, discordia y gritería en nosotros. Dejemos que more la verdad de Cristo.