¡Desde el principio dejó ejemplo de obediencia!

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Entonces Jesús llegó de Galilea al Jordán, a donde estaba Juan, para ser bautizado por él. Pero Juan trató de impedirlo, diciendo: «Yo necesito ser bautizado por Ti, ¿y Tú vienes a mí?». Jesús le respondió:  «Permítelo ahora; porque es conveniente que así cumplamos toda justicia». Entonces Juan consintió. Después de ser bautizado, Jesús salió del agua inmediatamente; y los cielos se abrieron en ese momento, y él vio al Espíritu de Dios que descendía como una paloma y venía sobre Él. Y se oyó una voz de los cielos que decía: «Este es Mi Hijo amado en quien me he complacido».

 Jesús era el único hombre sobre la faz de la tierra que no necesitaba arrepentimiento y que no necesitaba ser bautizado por Juan; cuando se encuentra con Él, no es raro encontrar un poco de resistencia del profeta, ya que sabía quién era realmente Jesús (Marcos 1.7–8). La resistencia que tenía Juan era lógica; desde su perspectiva, el Hijo de Dios venía a un simple profeta para que lo bautizara, pero cuando se observa la clase de personas que venían a ser bautizadas, Jesús no tenía parte con ellos, Jesús no estaba ahí por sus pecados; estaba ahí para identificarse con los pecadores que necesitaban redención.

 Juan estaba sorprendido con la petición de Jesús; se sintió pequeño a la par del Cordero de Dios, pero Jesús estaba dispuesto a obedecer la ley. Identificarse con pecadores, con gente arrepentida, con personas lejos de la santidad, y ahí encontramos a Jesús, encontramos a la Trinidad y al Padre sintiéndose complacido. 

 Una cosa maravillosa de este relato de Mateo es que Jesús ya estaba poniendo en práctica la obediencia (Heb 5:8–9), al que se sujetan todas las cosas (Col 1:16–17), estaba sujetándose al Padre. Esta es una de las expresiones importantes en Jesús, no solamente por las implicaciones de salvación, sino también por el ejemplo que dejó. En un modo práctico, Jesús, al identificarse con los pecadores, estaba obedeciendo al Padre que buscaba redimir a los impíos. No es raro pensar, al igual que Juan, que esto no era conveniente o que no era necesario, pero aun en el bautismo, Jesús se humilló para llevar a cabo el plan eterno.

 Entendiendo la obediencia de Cristo, se debería preguntar: ¿Por qué al cristiano le cuesta sujetarse? La vida de Jesús debe animar a cualquiera a obedecer y a estar sujeto a Dios; el Señor entiende el dolor del creyente porque también fue humano, pero sin pecado (He. 4:15) y aun así nos manda a ser obedientes. La naturaleza del ser humano es la rebeldía, pero los creyentes deben ser ejemplo de sujeción, cualquiera que sea la situación, la sujeción a Dios y a su voluntad, que no deja de ser buena y perfecta.

El ser humano no quiere sufrir y por eso se niega a dar gracias a Dios en los momentos de dolor o a las autoridades, pero en todo debe estar sujeto (Ro. 13:1–7; Tit. 3:1; 1 P. 2:13–15). Jesús dejó ejemplo de obediencia (1 Pedro 2:18–21), esto debería hacernos reflexionar en qué áreas de nuestra vida no estamos dando gloria a Dios porque nos revelamos y no queremos ser obedientes a Él y cumplir con el estándar de obediencia y santidad.

 La obediencia es aprendida; el ser humano es rebelde por naturaleza, pero ahora el creyente participa de la naturaleza divina, la que se sujeta a Dios y le glorifica. Cada vez que hay rebeldía, negamos nuestra naturaleza celestial. Hay que pedir a Dios que nos enseñe más obediencia a fin de ser como Cristo.