Dichosos los pobres de espíritu

Avatar de Daniel Noyola
a group of people standing around each other

Bienaventurados los pobres en espíritu, pues de ellos es el reino de los cielos
Mt 5:3

Jesús abrió su gran sermón no exaltando a los poderosos ni a los autosuficientes, sino a los que reconocen su ruina espiritual. El “pobre en espíritu” no es alguien de baja autoestima ni una persona que simplemente carece de bienes materiales; es alguien que, confrontado con la santidad de Dios, ve con claridad su bancarrota interior y clama con humildad por gracia.

La palabra usada aquí para “pobre” describe al mendigo que depende completamente de la compasión de otro. Así se presenta el creyente verdadero ante Dios: sin méritos, sin pretensiones, con las manos vacías, consciente de que fuera de Él no hay bien alguno (Sal. 16:2). Esta pobreza espiritual no es una virtud humana, sino una obra de la gracia divina que quebranta nuestro orgullo y nos hace ver nuestra verdadera condición. Es lo que experimentó Isaías cuando vio al Señor en su trono y exclamó: “¡Ay de mí!… pues soy hombre de labios inmundos, porque mis ojos han visto al Rey” (Isa. 6:5).

El Reino no pertenece a los que se sienten suficientes, sino a los que vienen como el publicano al templo, clamando: “Dios, sé propicio a mí, pecador” (Lc. 18:13). Él no trajo logros, solo quebranto. Y Jesús dijo que él fue justificado.

En Cristo vemos esta bienaventuranza encarnada: siendo rico, se hizo pobre por nosotros (2 Cor. 8:9). Se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, y se humilló hasta la muerte (Fil. 2:6–8). Y ahora, exaltado, invita a los pobres, quebrantados y necesitados a venir a Él para hallar vida. Siguiéndole, aprendemos que la puerta de entrada a la vida verdadera es la humillación. El vaciarse de sí mismo es el único camino a ser llenos del Espíritu.

Que esta verdad nos lleve también a no aferrarnos a nuestros logros, ni a nuestras ideas de justicia propia. Reconozcamos que somos necesitados, y corramos a Aquel que suple toda necesidad con su abundante misericordia. Porque solo cuando nos vaciamos de nosotros mismos, Él puede llenarnos con la riqueza de su Reino. Que el Señor nos conceda vivir cada día conscientes de nuestra necesidad y confiados en su provisión eterna. Amén.