Por tanto, a los ancianos entre ustedes, exhorto yo, anciano como ellos y testigo de los padecimientos de Cristo, y también participante de la gloria que ha de ser revelada: pastoreen el rebaño de Dios entre ustedes, velando por él, no por obligación, sino voluntariamente, como quiere Dios; no por la avaricia del dinero, sino con sincero deseo; tampoco como teniendo señorío sobre los que les han sido confiados, sino demostrando ser ejemplos del rebaño. Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, ustedes recibirán la corona inmarcesible de gloria. 1 P 5:1–4.
Cuando la Biblia les habla a los pastores, toda la iglesia debe oír; esto no solo porque debamos demandar a quienes nos dirigen a hacer el trabajo que el Señor les ha encomendado, también se debe hacer para enterarse de lo que realmente sacrifican aquellos que virtuosamente se entregan a tan noble obra. Las ovejas, por naturaleza, solo se ocupan de sí mismas y son incapaces de llegar por sí solas a casa, y Dios les ha dado la tarea a hombres fieles de guiar todo un rebaño conocido como la iglesia.
Además, no deben hacerlo como quieran; hay pautas; no por obligación, deben hacerlo por deseo propio (1 Ti. 3:1). No debe obligarse a nadie a llevar esta tarea; debe nacer de su propio corazón cuidar las ovejas. Tampoco debe hacerlo en pos de enriquecerse; no debe ser esa la meta de un pastor, no debe hacerlo para gobernar como señor sobre el pueblo.
Todas estas prohibiciones deben hacer consciente a la iglesia lo importante que es orar por sus pastores o para que Dios levante nuevos pastores de en medio del pueblo. No puede ser que cuando haya un hombre que está dispuesto a sacrificarse y a cuidar a las ovejas, estas no sean capaces de elevar oraciones por él y su familia. Los creyentes, aunque por naturaleza somos difíciles de pastorear, debemos hacerles la vida más llevadera a los pastores. No debemos ser causa de su sobrecarga; debemos cuidar de ellos, así como ellos de nosotros.
Claramente, la iglesia también tiene responsabilidades morales delante de Dios y a favor de sus pastores, pero debe tener el pueblo del Señor conciencia cristiana. La iglesia nunca debe olvidar que el pastor, en un sentido, también es una oveja que necesita ser cuidada. Juntos como iglesia podemos llevar las cargas de los pastores, orando por ellos, preocupándonos y visitándolos cuando es debido.
La meta del pastor debe ser recibir la corona de gloria, la que dará el príncipe de los pastores; el deber de la iglesia es acompañar a ese hombre que se sacrifica por el pueblo para que en medio de sus luchas pueda hallar gozo y pueda encaminarse a tomar esa corona con alegría. Ciertamente, a quien Dios llama lo capacita, pero también es cierto que pastorear una iglesia es un trabajo arduo y muchas veces sin descanso. Además, muchas veces la iglesia es causa de tristeza y de cansancio en las vidas de los líderes.
Hermanos, es importante que usted reconozca el trabajo que hacen quienes guían la iglesia, esos varones que el Señor ha levantado, y que pueda acompañar sus ministerios, al menos en la oración. Nunca dejaremos de ser trabajo para los pastores; esa es la relación natural entre pastor y oveja. Lo que sí podemos hacer es, como ovejas, entregarnos a Dios, interceder por los líderes y alivianarles las cargas.
La manera en que podemos cuidar al pastor de nuestra iglesia es cuidando constantemente de nuestra propia alma y llevando una vida que glorifique a Dios. Nuestra meta debería ser apoyar a los que nos guían en el propósito máximo de llevar honra y honor a Cristo.
