Dios muestra su gracia en la elección para que exaltemos su Nombre.

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Pedro, apóstol de Jesucristo:  A los expatriados, de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, elegidos según el previo conocimiento de Dios Padre. 1 P 1:1–2.

La elección es ampliamente enseñada en las escrituras para demostrar hasta dónde llega el poder de un Dios que ama a sus criaturas en comparación con hasta dónde llega el odio de las criaturas hacia el creador. La elección es gracia de Dios, porque el ser humano no tiene la más mínima intención de buscarlo; pensar lo contrario es negar la naturaleza del pecado.

Para entender esto, basta comprender que, como creyentes, aunque decimos amar a Dios, nuestras inclinaciones son pecaminosas; no andamos siempre en plenitud de la santidad, todavía escogemos pecar, nos rebelamos contra nuestro Salvador, tenemos la lucha contra la carne. Si como creyentes bautizados en el Espíritu tenemos estas luchas, un incrédulo no puede desear a Dios.

Cuando se dice que la salvación es por gracia y no por obras (Ef 2:8-9), de esto estamos hablando: el ser humano no puede hacer nada para merecerse la salvación; cree porque Dios lo escoge para salvación (2 Ts. 2:13). Esto es un principio maravilloso porque la salvación no es de los listos ni de los ligeros (Ro 9:16). No son los intelectuales los que alcanzan salvación; es Dios el que la da para su pueblo.

El problema de negar esta verdad está en el corazón orgulloso del hombre que piensa que todo lo que tiene lo merece, cuando la Biblia dice que lo que el hombre tiene lo ha recibido de parte de Dios (1 Cor 4:7). Pensar en la elección es muy profundo y tiene implicaciones maravillosas e inescrutables, pero lo que la Biblia nos revela es que se da para que nadie pueda jactarse delante de Jesucristo (1 Cor 1:26–31).

El ser humano es tan pecaminoso y jactancioso que hasta de la salvación quiere jactarse cuando no le ha costado nada; le fue dada por elección de Dios, y aun el creer es don de Su gracia (Fil. 1:29). Dios quiere que los creyentes sepamos esta verdad: no podemos escogerlo; Él nos escogió (Ef 1:4–14) cuando estábamos muertos en delitos y pecados (Ef 2:1–5).

La doctrina de la elección no está puesta en las Escrituras para que nos peleemos con todos y para que convenzamos al mundo; está ahí para que nuestro corazón no se enaltezca contra Dios y no fabrique ídolos. Es muy arrogante el hombre que se jacta de la sabiduría que tiene y que esta lo ha llevado a conocer a Dios, cuando la Biblia dice que ha sido Dios quien lo escogió. Pero también está puesta esta doctrina para que no nos olvidemos de ser agradecidos y de exaltar el nombre de nuestro Señor.

No podemos vivir sin pensar que todo lo que somos y tenemos es por la gracia que solo proviene de un Dios que nos amó desde antes de la fundación del mundo, un Dios que da a su Hijo (Jn 3:16) para adoptarnos en su familia (Jn 1:12–13). Entre más conscientes de la elección de Dios seamos, más estaremos comprometidos con la adoración a su nombre. Solo quien sabe que no merece nada es capaz de agradecer a aquel que lo dio todo para salvarlo.