Miren cuán gran amor nos ha otorgado el Padre: que seamos llamados hijos de Dios. Y eso somos. Por esto el mundo no nos conoce, porque no lo conoció a Él. 1 Jn 3:1.
Somos llamados hijos de Dios, qué gran privilegio, esta posición en la cual se encuentra el creyente en Cristo es la más alta que puede llegar a tener un ser humano aquí en la tierra. Ni el rey, ni el gobernante, ni el hombre más rico del mundo tienen una posición tan importante, como es ser hijo de Dios, porque ellos tienen sus riquezas temporales, pero los creyentes ya tienen la bendición de Él, la gozan y disfrutan desde ya y hasta la eternidad.
El título honorífico que se le da a los creyentes es ser llamados «hijos de Dios». El Señor ha tenido la iniciativa de salvar a aquellos a quien por gracia adoptaría en la fe (Jn 6:44, 65), ser salvo, ser parte de la familia de la fe, es una concesión Divina. Juan utiliza este término familiar desde el evangelio (Jn 1:12) y expande la idea a lo largo de las epístolas. Juan y pedro usan la metáfora de renacer para ser hechos hijos de Dios (Jn 3:3, 1 Pe 1:3, 23), Pablo, por su parte, enseña que fuimos adoptados (Ro 8:15, 23; 9:4; Gá 4:15; Ef 1:5). La Biblia le da un énfasis muy marcado a este título que los creyentes poseen.
No solamente es un título honorífico, el ser llamados hijos de Dios da seguridad a los creyentes de su herencia en los cielos (1 Pe 1:3–4), le da a cada uno esperanza de una morada celestial (Fil 3:20-21), le ha dado las primicias de esa herencia, el Espíritu Santo (Ef 1:13-14, 2 Cor 1:21-22). Cada cristiano, al ser llamado hijo de Dios tiene a plenitud todos los derechos celestiales, no porque los merezca, sino porque a Dios le plació en su eterna misericordia otorgarlos por gracia (Ef 2:8).
Quizá para el mundo sea cosa poca el título hijo de Dios, el mundo quiere posesiones terrenales, riquezas y han salido falsos profetas y maestros corrompiendo lo que realmente significa ser hijos. El Señor nos ha dado a cada uno de sus hijos lo necesario para la vida y la piedad y nos gozamos en ello, si para un cristiano no es suficiente entonces es ciego. El fin de quienes no son Hijos de Dios es la muerte eterna, tengan mucho o tengan poco, el fin de cada creyente es la glorificación en Cristo y la vida eterna, tenga mucho o tenga poco.
Ser llamados hijos de Dios no es cosa poca, costó la sangre de Cristo en la cruz del calvario, nosotros fuimos purificados por un sacrificio que no nos costó nada y recibimos con él todos los privilegios que no merecemos. Pero esta es la gracia, que por amor del Padre somos llamados hijos.