Dios nos ama tanto que nos llama hijos. Prt 3

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Miren cuán gran amor nos ha otorgado el Padre: que seamos llamados hijos de Dios. Y eso somos. Por esto el mundo no nos conoce, porque no lo conoció a Él. 1 Jn 3:1.

Cuando una persona nace de nuevo y llega al conocimiento del Evangelio y de Cristo, muchas cosas suceden, ahora tiene una lucha contra el mundo, que lo desconoce por completo. El mundo que antes era su deleite y su gozo ahora le presenta oposición, esto no es extraño, ya que la misma Biblia nos explica la razón de esta hostilidad.

La razón es la siguiente, el mundo se opone a Cristo y a todo lo que tiene que ver con Él, incluyendo a los que redimió. Jesús advirtió a los discípulos diciéndoles que iban a querer matarlos, «pero viene la hora cuando cualquiera que los mate pensará que así rinde un servicio a Dios.» (Juan 16:2). Además, Cristo mismo oró sabiendo que el mundo rechazaría a los suyos (Jn 17:14).

Es impresionante como el mismo mundo en el que una vez se halló satisfacción llega a ser causa de repudio para el creyente, los placeres, los deleites. Todo lo que en algún momento llegó a ser causa de alegría es repudiado por los redimidos. Lo mismo sucede del otro bando, lo que un día fue el hogar de alguien, una vez en Cristo, va a convertirse en sus enemigos. La razón de esta enemistad es sencilla, no somos del mundo «porque no son del mundo, como tampoco Yo soy del mundo» (Jn 17:16). La Palabra de Dios en la que hallamos tanto deleite es la razón de la ira del mundo.

El Evangelio nos ha separado en dos tipos de personas, en los que aman a Cristo y son odiados por el mundo y en los que odian a Cristo y son amados por el mundo. Esas cláusulas que nos separan son irreconciliables. No podemos amar a Cristo y pretender ser amados del mundo (Mt 10:34-36), ni amar al mundo y pretender amar a Cristo (St 4:4).

Aunque el mundo nos rechace, nuestra esperanza sigue firme en Cristo, es una bendición para los creyentes ser rechazados por el mundo por la causa del Evangelio. Actuemos de manera que Dios no se avergüence de llamarnos hijos (He. 11:16).

Mantengan entre los gentiles una conducta irreprochable, a fin de que en aquello que les calumnian como malhechores, ellos, por razón de las buenas obras de ustedes, al considerarlas, glorifiquen a Dios en el día de la visitación. 1 P 2:12.