Donde hay sabiduría celestial, hay paz.

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Pero la sabiduría de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, condescendiente, llena de misericordia y de buenos frutos, sin vacilación, sin hipocresía. Y la semilla cuyo fruto es la justicia se siembra en paz por aquellos que hacen la paz. Stg 3:17–18.

La sabiduría de lo alto es contraria a la terrenal, animal y diabólica; esta proviene de Dios y del temor a Él (Pr. 9:10). Esta verdad divide a las personas en dos grupos: los que tienen sabiduría terrenal y los que tienen sabiduría de lo alto, que en realidad solo pueden ser creyentes. Ningún incrédulo por la naturaleza de su persona puede tener sabiduría de lo alto, porque es Dios quien la da y llama a los suyos a que la posean (1 Co. 1:24).

La sabiduría de lo alto es libre de corrupción, es limpia, es pacífica porque carece de sentimientos hostiles contra el prójimo, es bondadosa porque hace lo que debe, lo apropiado; la sabiduría divina es capaz de ceder a sus intereses, está rebosante de compasión, de misericordia, de bondad amorosa. Da buenos frutos; a diferencia de la terrenal, que da celos y contienda, la celestial da buenos frutos que no generan incertidumbre alguna, son claramente de Dios y constantes, no contienen dobles alguno, es siempre del mismo ánimo.

La sabiduría de lo alto también da frutos; el fruto es la justicia. Cuando hay justicia, hay paz en medio del pueblo. Cuando el pueblo obra en justicia, el resultado será una vida de paz y tranquilidad (Is. 32:17). No es raro que otros hayan intercedido para que esta sabiduría celestial sea derramada para que la paz reine (Ef. 1:17).

Sabiendo todo esto es importante que reconozcamos que Dios nos manda a comportarnos sabiamente, dejando la necedad (Ef. 5:15), la sabiduría de lo alto no genera contiendas ni egoísmo, produce paz por su humildad (Fil. 2:1–4). Al saber esto es fundamental que reconozcamos como desarrollamos nuestros ministerios. Si lo hacemos con envidias y contienda o con celos estamos dando rienda suelta a la sabiduría terrenal y diabólica, pero si lo estamos haciendo en paz, en la paz de Dios, con amor y misericordia entonces esta paz solo es resultado de la obra de divina en nuestras vidas.

Servir a Dios debe ser una fuente de paz para quien da el servicio como para quien lo recibe. Cuando el Señor trabaja en medio de su pueblo, todo resulta para su gloria, pero donde hay celos y contiendas, no actúa el Espíritu de Dios. Cuidemos nuestros corazones para dar a Dios un servicio agradable y de buen fruto, que traiga gloria a su Nombre y buen fruto para la edificación de la Iglesia.