¡Oh almas adúlteras! ¿No saben ustedes que la amistad del mundo es enemistad hacia Dios? Por tanto, el que quiere ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios. ¿O piensan que la Escritura dice en vano: «Dios celosamente anhela el Espíritu que ha hecho morar en nosotros?» Pero Él da mayor gracia. Por eso dice: «Dios resiste a los soberbios pero da gracia a los humildes». Stg 4:4.
Codiciar, pedir para los deleites propios; las guerras y los conflictos que viene denunciando Santiago muestran la calidad de la sabiduría que tenían estos hermanos: era terrenal y diabólica. Por o tanta han abandonado a Dios para ir en pos del mundo; en la relación con Él lo han abandonado para ir con el enemigo, con el vecino. Esta expresión adúltera aparece así dura como lo es, a los judíos cristianos que están familiarizados con el término adúltera en su aplicación a la relación matrimonial entre Dios como esposo e Israel (Os. 1:2); por lo tanto, entendieron que como cristianos estaban cometiendo el mismo pecado. Cristo acusó a los judíos de esta práctica (Mt. 12:39; 16:4)
El adulterio del que Dios acusa por medio de Santiago viene de la amistad con el mundo; no pueden tener una relación íntima con el esposo y con otro hombre; eso es abominable. De la misma manera, no se puede decir que aman a Dios si también aman al mundo; la palabra que la Biblia traduce como amistad es usada también para representar el amor. La palabra amistad (filia) viene de tratar a alguien como uno de los suyos. Por el pecado que moraba en los hermanos, estaban tratando al mundo con familiaridad, con amor y apego; esto es, ser adúlteros espirituales, porque el mundo se opone a Dios (1 Jn 2:15-16). Si alguien ama al mundo, el amor de Dios no permanece en Él; se ha ido en pos del enemigo.
Darse cuenta de esta realidad debió ser muy duro, pero también es una realidad que los creyentes debemos saber. Cómo nos constituimos amigos de Cristo cada vez que vamos en pos del mundo y de los placeres. No podemos estar orando a Dios y esperar que Él nos conteste si nuestra mirada está puesta en lo terrenal. No podemos pretender que la Iglesia tenga un avivamiento mientras hay afecto por el mundo y sus placeres.
Hermanos, el mundo nos quiere apartar de la santidad; si vivimos amando al mundo, definitivamente estamos rechazando a Cristo y al Padre. No podemos tener dos dioses (Mt 6:24). No se puede servir a Cristo y a la vez ir en pos de nuestros propios deseos pecaminosos y pasar desapercibidos en el mundo como un incrédulo más. Tenemos un Dios celoso, amados, sigamos el mandamiento de Dios: «Y no se adapten a este mundo, sino transfórmense mediante la renovación de su mente, para que verifiquen cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno y aceptable y perfecto» (Romanos 12:2). Ya pasó el tiempo de nuestra incredulidad para amar al mundo (1 Pe 4:3–4); es hora de entregarnos en amor al Padre y a su Hijo Cristo.