El amor de Dios nos da perdón de pecados.

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Les escribo a ustedes, hijos, porque sus pecados les han sido perdonados por el nombre de Cristo. 1 Jn 2:12

Hace unos días vendimos un peluche de un oso disfrazado de pato, en principio creaba confusión, así que había que decirle a algunos lo que era, por fuera parecía pato, pero tenía cara de oso, no importaba el color de su traje, ni donde se colocaba seguía siendo un oso de peluche. La naturaleza de ese peluche era un oso, lo mismo pasa con los hijos de Dios, a veces andamos en harapos, pero seguimos siendo hijos del Rey, a veces nos acusa el pecado, pero nuestro seguimos teniendo la condición de perdonados, por amor de su Nombre.

Juan escribe a los hijos, esta expresión es una forma cariñosa para referirse a los cristianos. Esta expresión también fue usada por Jesús (Jn. 13:33) y por Pablo (Gá. 4:19, 28). La expresión hijo en este sentido se refiere a los hijos de Dios, los redimidos en Cristo Jesús. Por medio de esta expresión, el apóstol se dirige a todos los creyentes, en cualquier nivel de madurez espiritual, en cualquier etapa que se encuentren. Solo existen dos linajes, los que son hijos de Dios y los que son de Satanás (Jn. 8:39–44). Por lo tanto, desde la perspectiva de Juan, los hijos de Dios son los receptores y los que pondrán en práctica su consejo.

Ahora la esperanza de los que están en Cristo es la siguiente, todos los pecados han sido perdonados (Col. 1:14; 2:13–14). Este perdón es resultado de las riquezas de la gracia de Dios (Ef. 1:7). Ahora este perdón no es obra del buen actuar del creyente, o de sus buenas obras, es resultado del Nombre de Cristo, lo que significa que el perdón fluye de la gloria de su majestad. Es el Nombre de Dios el motor que mueve todas las cosas (Ro. 1:5). Es por amor de su Nombre que mantienen en firme su pacto (Is. 42:8; 48:11).

Dios se glorifica en perdonar, esto le trae gloria a su Nombre, dicho lo anterior, el deber del creyente es vivir para la gloria de quien lo salvó (2 Co. 4:15). No importa donde se encuentre, de donde sea, quien sea, el hijo de Dios tiene perdón de pecados y vive para la gloria de su Padre. Esto nos lleva a una conclusión, nuestra naturaleza nos llevará a hacer lo que en el fondo somos. Sí, somos hijos de Dios, le adoraremos porque hemos recibido perdón y si este no es nuestro deleite, entonces probablemente no hemos hallado la gracia y el perdón en Él y todavía somos hijos del Maligno. Podemos crecer entre el trigo como cizaña, pero a la hora de dar cosecha es donde la diferencia está bien marcada, lo más importante es que Dios lo sabe, pero podemos crecer como trigo en medio de la cizaña y nuestra salvación está asegurada porque no depende del entorno, depende de Aquel que limpia nuestros pecados por amor de su Nombre.