El amor, el mandamiento por excelencia.

Amados, no les escribo un mandamiento nuevo, sino un mandamiento antiguo, que han tenido desde el principio. El mandamiento antiguo es la palabra que han oído. Por otra parte, les escribo un mandamiento nuevo, el cual es verdadero en Él y en ustedes, porque las tinieblas van pasando, y la Luz verdadera ya está alumbrando.

1 Jn 2:7–8.

Había un loco que se ponía una bata y decía ser médico, tenía la bata puesta, algunos instrumentos y aunque por fuera pareciera ser médico todos sabían de su locura, ya que su vestimenta no correspondía necesariamente a lo que había estudiado y su conocimiento. Algunos creyentes son parecidos a este loco que dicen que son cristianos, se visten como cristianos pero no aman. No corresponde su andar con lo que hay en el corazón.

En este pasaje inicia una serie de expresiones acerca de la realidad de amar al prójimo, la idea que enseña este pasaje es que no es mandamiento nuevo, de hecho el mandamiento es fácilmente rastreable desde el Antiguo Testamento (Dt. 6:5; Lv. 19:18). Cuando Jesús fue cuestionado acerca de esto enseñó que amar es el gran mandamiento (Mt. 22:34–40). Pablo escribió a los romanos la necesidad de amar, la forma de amar y esto dice es el cumplimiento de la ley (Ro. 13:10). En conclusión el amor representa la perfección moral de Dios, ya que cuando un ser humano es capaz de amar en los términos divinos cumplirá con el corazón de los mandamientos «amar a Dios y al prójimo».

Por otro lado, también es un mandamiento nuevo, lo que parece una contradicción misma, pero no lo es. La personificación del amor es Cristo y ahora ha extendido las implicaciones de amar. No es fácil amar al prójimo, pero es más difícil amar al enemigo y orar por ellos (Mt. 5:43–44). Este es un principio rector, diferente entre los creyentes y los incrédulos. El incrédulo dice amar al prójimo, pero siempre está aborreciendo a alguien, está enojado y molesto, le desea el mal, pero el creyente es mandado a amar y a orar por los que le hacen mal. Así como Cristo nos amó cuando éramos sus enemigos, así debemos amar a todos los que nos rodean.

Ya las tinieblas pasaron, ya la Luz resplandeció, es decir Cristo, ya el creyente no anda en tinieblas, está en la luz y como tal debe reflejar ese carácter de lumbrera y la mejor forma de hacerlo es amando. La Luz de Cristo ha venido a resplandecer en medio de las tinieblas. En medio de un mundo de guerra la iglesia le puede enseñar al mundo lo que de verdad significa amar y ser testimonio de Cristo a las naciones.