El conocimiento bíblico nos ayuda a madurar

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Les escribo a ustedes, padres, porque conocen a Aquel que ha sido desde el principio… Les he escrito a ustedes, padres, porque conocen a Aquel que ha sido desde el principio.

1 Juan 2: 13a, 14a

Este nivel de madurez al que han llegado estas personas a las que le escribe Juan, son esas que han dedicado tiempo a meditar en Dios, en la grandeza de su nombre y en la excelencia de su poder. Lo conocen que es desde el principio, se humillan delante de Él, lo buscan y lo anhelan. Este tipo de madurez es la que lleva al creyente a tener comunión intima con el Padre.

El énfasis de los hermanos maduros cambia, gira en derredor de Dios, han dejado las niñerías para encontrar satisfacción en quién es desde el principio. No solamente esa relación mejora, es deleitosa, se basa en la comprensión de la doctrina bíblica, y a las verdades que de Dios se conocen, las experiencias de misericordias recibidas y a la paz que esto trae. Job dijo «Por tanto, me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza» (Job 42:6), su lamento era quejarse por no conocer en profundidad al Dios verdadero.

La madurez espiritual, como todo en la vida, es un proceso, que en algunos toma más o menos tiempo, pero que la fuente es la misma, es a través de la aplicación de la Palabra de Dios en la vida (2 Ti. 2:15; Esd. 7:10). Solo eso nos dará suficiente madurez para crecer y hacer crecer a otros en Cristo. En otras palabras, al tener una disciplina espiritual en la oración y en la lectura de las Escrituras alcanzaremos esa tan ansiada madurez. Por el poder de su Palabra somos transformados a la imagen de Dios (2 Co. 3:18), la Palabra se convertirá en antorcha para los caminos oscuros (2 P. 1:19–21). Por eso los maduros son los que conocen a Dios en la profundidad de su ser y se deleitan en Él, el secreto de la madurez espiritual está en amar la comunión íntima con Dios.