El crecimiento, una necesidad inherente.

children, brothers, boys

Les escribo a ustedes, hijos, porque sus pecados les han sido perdonados por el nombre de Cristo. Les escribo a ustedes, padres, porque conocen a Aquel que ha sido desde el principio. Les escribo a ustedes, jóvenes, porque han vencido al maligno. Les he escrito a ustedes, niños, porque conocen al Padre. Les he escrito a ustedes, padres, porque conocen a Aquel que ha sido desde el principio. Les he escrito a ustedes, jóvenes, porque son fuertes y la palabra de Dios permanece en ustedes y han vencido al maligno. 1 Jn 2:12–14.

La ropa para recién nacido es muy bonita, bien detallada y por cierto hasta más cara por los detalles que lleva, pero es la ropa que menos se usa. Los bebes crecen en cuestión de horas, días y van dejando en un momento la ropa de recién nacidos para empezar a usar ropa de meses y así hasta que llegan a adultos. Lo mismo debe pasar con los creyentes, deben crecer, ir madurando en la fe para llegar a ser como Cristo. Esto debe pasar como un efecto natural del nuevo nacimiento en Cristo.

Juan escribe a todos los hermanos en diferentes etapas del crecimiento espiritual, el cual es esencial en la vida cristiana, similar al crecimiento físico. Los nuevos creyentes deben madurar en su relación con Cristo para disfrutar de las bendiciones de Dios y servirle eficazmente. Este crecimiento depende del poder de Dios, pero es también responsabilidad humana, en las Escrituras está el llamado a la obediencia (Fil. 2:12), el creyente es mandado a ocuparse de su salvación y a crecer en el conocimiento de Dios (2 P. 3:18).

Los Apóstoles entendieron la madures como llegar a ser como Cristo (Fil. 2:5; 3:10, 1 Jn. 2:6). El crecimiento espiritual no se mide por la duración de la fe, el conocimiento teológico, la actividad ministerial o experiencias emocionales, sino por la asimilación y aplicación de la verdad de Dios. Ahora bien, no hay que caer en el error de menospreciar a los más inmaduros en la fe, sigue siendo un hijo amado en Cristo Jesús (Ro. 5:8), por lo tanto, no es la madurez o la falta de ella una razón de menosprecio porque delante de Dios el maduro como el inmaduro espiritual son hijos.

Muchos creen que son maduros espiritualmente por sus años en el Evangelio; esto es un error, los creyentes son maduros no por lo que hacen o leen, ni por lo que saben y enseñan, lo que los hace maduros en la fe es su relación con Dios. El verdadero crecimiento se alcanza nutriéndose bien de la Palabra de Dios, la cual da libertad (8:31–32), esperanza (Ro. 15:4), nutre para el crecimiento espiritual (1 Ti. 4:5–6), convierte al creyente en Bienaventurado (Stg. 1:22–25). Entonces Pedro lo describe así «Deseen, como niños recién nacidos, la leche pura de la palabra, para que por ella crezcan para salvación» (1 P 2:2).

Este párrafo ayudará a los creyentes a encontrar seguridad en su salvación y en la vida que ahora tienen en Cristo Jesús. Por lo tanto, debe servir de aliento para cada creyente en toda época de su vida, su salvación está asegurada en Cristo. No importa cuánto ha crecido o en que etapa de la vida espiritual está, es hijo de Dios por medio de la adopción, tanto los que están iniciando como los que luchan por enseñar a otros, delante de Dios todos tenemos el mismo valor; sin embargo, somos llamados a crecer para brindar un mejor servicio y adoración al Señor.