El creyente debe abandonar su pasado de pecado, porque ha sido salvado de esa vida.

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Porque el tiempo ya pasado les es suficiente para haber hecho lo que agrada a los gentiles, habiendo andado en sensualidad, lujurias, borracheras, orgías, embriagueces, y abominables idolatrías. Y en todo esto, se sorprenden de que ustedes no corren con ellos en el mismo desenfreno de disolución, y los insultan. 1 P 4:3–4.

Este texto muestra cómo es la vida de los incrédulos, los que van camino a la perdición; nos muestra su desenfreno y sus deleites, que los llevarán al castigo eterno (Ro. 1:18–32). Para el cristiano, ese tiempo ya pasó, ya no existe, ha muerto al pecado, de manera que ya no es atraído por esas cuestiones o no debe serlo. En un tiempo cuando estábamos muertos y andábamos en ese camino de perdición, Dios nos llamó y nos dio vida (Ef. 2:1–3). Por eso ya ese tiempo pasó para el creyente.

Los gentiles andan en sensualidades, se visten sensualmente, cometen pecados de libertinaje y se van en pos de los pecados sexuales. Es por eso por lo que muchas veces se insiste a los creyentes a abandonar sus vestimentas sensuales; eso lo hacen aquellos que van para el infierno, no es natural de un cristiano que ahora vive para Cristo. Los incrédulos andan en lujurias, es decir, le dan rienda suelta a sus deseos más profundos y pecaminosos.

También los incrédulos andan en borracheras, hasta la intoxicación; el creyente no participa de esas acciones, ni se pone bajo ningún tipo de drogas y no participa con quienes lo hacen. Las orgías se refieren a los carnavales que tienen como objetivo lo sensual y la desnudez; en estos festivales antiguos, al igual que ahora, el fin es la fornicación y el adulterio.  Aparece otra vez la embriaguez, pero esta vez señala los efectos de ella, los zafarranchos que se arman, pleitos y conflictos causados por quienes están bajo los efectos del alcohol.

Las abominables idolatrías son las fiestas a los dioses paganos que llevan a la lujuria y a la borrachera. Normalmente, los dioses del mundo, como están hechos por los hombres y para sus deleites, permiten o promueven toda clase de perversiones. No es raro ver hoy en las fiestas patronales de los pueblos y de sus «santos» licores, drogas, bailes; eso es abominable idolatría, de la cual el creyente ya no participa.

Si el creyente de verdad se santifica y abandona todas estas áreas pecaminosas de su vida, el incrédulo se sorprenderá y ultrajará a los cristianos por su santidad, por la vida de pureza que llevan; serán maltratados, perseguidos y hasta asesinados. Pero es muy interesante que en la iglesia de la época actual, en la cultura latina, los incrédulos no se sorprendan de la santidad de la iglesia, o no les cause malestar; bien puede ser porque Dios nos ha dado paz o porque el creyente de alguna manera sigue participando de estas actividades de la carne; cada uno debe examinarse.

Lo que sí es una realidad es que a santidad fuimos llamados, y si observamos a algún hermano que todavía está participando de estas obras infructuosas de la carne, hay que llamarlo a la santidad. No podemos ser indulgentes con la sensualidad que quiere abrirse campo en la iglesia, ni darle lugar a la lujuria que entra por nuestros dispositivos; ya ese tiempo pasó. Es tiempo de vivir para la gloria de Dios y en la espera de nuestro Señor Jesucristo.