Y que el mismo Dios de paz los santifique por completo; y que todo su ser, espíritu, alma y cuerpo, sea preservado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo.Fiel es Aquel que los llama, el cual también lo hará. 1 Tes 5:23-24.
El deseo de Pablo para la iglesia es que sean santificados por completo, y el único que puede hacer esta obra es Dios. La santificación es el proceso que busca apartar al creyente del mundo y del pecado y lo convierte a la imagen de Jesucristo. Es curioso que Dios siempre esté apartando cosas y personas para su gloria, por ejemplo, el sábado (Gén 2:3), a Israel (Éx. 19:5–6), el Sinaí (Éx. 19:23). En todo caso, lo que se busca demostrar es que el creyente es un elemento más de santificación divina, en la cual activamente Dios trabaja y demanda y de lo que es también celoso.
En cuanto a la santificación, debemos entender que ya fuimos apartados y santificados en Cristo (Rom 8:30); la ofrenda ya fue ofrecida, nuestros pecados expiados (He. 10:10, 14). Ahora, dadas estas circunstancias, todos somos llamados santos en el proceso de la salvación; fuimos apartados para la salvación, pero esto no ha acabado; falta que el que comenzó la buena obra la perfeccione (Fil 1:6); por lo tanto, el creyente no siempre estará en este cuerpo caído (Ef. 5:26–27); la iglesia será presentada pura y sin mancha delante del Padre.
Sabiendo esto, ¿qué debemos hacer?, dejarnos transformar a la imagen de Cristo (2 Cor 3:18). Dios nos ha dado un nuevo corazón, uno que anhela la santidad, y en pos de eso debemos ir, buscando la perfección, el gozo de ser semejantes a Cristo (Mt. 5:48; 1 P. 1:14–16); debemos, como creyentes, procurar esta santidad. Dios nos ha comprado por medio de Jesucristo, nos ha dado lugares celestiales; ahora cada uno de nosotros debe reflejar el carácter santo de su Señor en esta tierra. Los hombres celestiales reflejan en sí mismos el cielo que anhelan y al cual todavía no llegan.
Ya Dios hizo lo que para el humano es imposible, alcanzar salvación y santificación; ahora nos exige que vivamos de acuerdo con esa obra que Él terminará. La fidelidad de Dios es tal que podemos reposar en que llegará el momento donde no lucharemos contra pecado, contra dificultades ni contra nosotros mismos. Él terminará la obra en nosotros.
Sabiendo que Dios lo hará, deberíamos encaminarnos a esa meta, la santificación y la vida eterna; debemos poner nuestra mirada allá. Con los ojos en la gloria venidera y con los pies en la tierra hasta que nuestros pies dejen de andar en este mundo y el Señor nos lleve al reino del Amado. Entonces nos habrá perfeccionado para estar por siempre con Él.
