Acérquense a Dios, y Él se acercará a ustedes. Limpien sus manos, pecadores; y ustedes de doble ánimo, purifiquen sus corazones. Santiago 4:8
La palabra de Dios manda a los de doble ánimo a purificar sus corazones; esta expresión también debe llenarnos de temor por la forma tan enérgica que usa la Palabra para referirse a estas personas. Ser acusado de ser de doble ánimo es grave; se les llama así a las personas que dicen una cosa y van en pos de todo lo contrario. En este caso muy particular, dicen ser de Cristo y van en contra de Él, en pos del pecado.
La iglesia debe estar vigilante de estos comportamientos y llamar a las personas al arrepentimiento tal como el Señor mandó (Mt 18:15-20). Es probable que en algún momento nos hallemos frente a estas personas o quizá siendo tentados a actuar de esta manera, pero como creyentes debemos luchar contra la tentación y seguir a Cristo. El salmista lo tenía claro:
¿Quién subirá al monte del SEÑOR? ¿Y quién podrá estar en Su lugar santo? El de manos limpias y corazón puro, El que no ha alzado su alma a la falsedad. Ni jurado con engaño (Sal 24:3–4).
Es bueno notar que la falsedad es inherente al pecador, y es una obra de la carne, con la que tenemos que luchar. Cuesta encontrar personas que no sean falsas, en la iglesia, este mal no debería existir. Hablando verdad los unos a los otros, recibiendo la amonestación con humildad, amonestando con amor a los que requieren ser amonestados. Definitivamente, la hipocresía solo sirve delante de los hombres, un tiempo; delante de Dios estamos expuestos siempre. De esto los creyentes somos conscientes y, por lo tanto, deseamos ser fieles al Señor.
Esta situación se debe combatir llamando al arrepentimiento a los pecadores, para que se vuelvan a Cristo, para que dejen su pecado y llevarlos al evangelio de la salvación. Ser de doble ánimo es un mal del corazón (Mt. 15:19); hasta que Dios no regenere un corazón corrompido, nadie dejará de actuar de esta manera.
Como creyentes debemos recordar siempre a quién servimos, para que las tentaciones no nos atrapen, Jesús, sabiendo la debilidad de los corazones, enseñó enérgicamente: «Nadie puede servir a dos señores; porque o aborrecerá a uno y amará al otro, o apreciará a uno y despreciará al otro» (Mt 6:24). Recordemos que, como creyentes, le servimos al Dios verdadero y debemos siempre actuar con honestidad, humildad, reconociendo que somos débiles y necesitados, pero que seguimos a un Señor poderoso que nos ayuda a salir y a abandonar nuestros pecados. Hermanos, no corrompamos el cuerpo de Cristo aceptando sin restricciones a los que son de doble ánimo.