Oigan ahora, ustedes que dicen: «Hoy o mañana iremos a tal o cual ciudad y pasaremos allá un año, haremos negocio y tendremos ganancia». Sin embargo, ustedes no saben cómo será su vida mañana. Solo son un vapor que aparece por un poco de tiempo y luego se desvanece. Más bien, debieran decir: Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello. Pero ahora se jactan en su arrogancia. Toda jactancia semejante es mala. Stg 4:13–16.
Cuando hablamos de los creyentes, pensamos en personas que siempre están buscando agradar a Dios; siempre hay en medio de los creyentes infiltrados que sus acciones los delatan. Mientras los creyentes se deleitan en hacer la voluntad de Dios (Sal 40:8), y en buscar sus mandamientos, hay personas que dicen adorarlo, pero que no tienen la más mínima intención de hacer lo que demanda de ellos (Mateo 7:21).
Cuando una persona planifica su vida, sus metas, sin tomar en cuenta a Dios, se comporta arrogantemente; se jacta de sus planes, metas y riquezas. De hecho, hoy hay un movimiento de personas que venden charlas de cómo hacerse rico, cómo prosperar, pero no toman en cuenta que Dios es el que da y quita conforme a su voluntad. Vender metas y sueños sin tomar en cuenta a Dios es necedad de los corazones.
Satanás tenía un plan casi perfecto: subir al cielo, poner su trono y exaltarse. Solamente le falló un detalle de su plan; no contó con la presencia y santidad de Dios, por lo que fue desterrado para siempre y condenado al fuego eterno (Is. 14:13–14). Ese mismo comportamiento tienen las personas que no toman en cuenta a Dios, que planifican sin darse cuenta de que sus vidas están en las manos del Señor.
Este pecado es conocido por las Escrituras como arrogancia; los impíos se jactan de ser arrogantes y Dios destruye a los sabios de este mundo (1 Co. 1:19). Un arrogante es aquel que alardea con derroche de algo que no tiene y no puede obtener. Los arrogantes planifican su vida pensando que son dueños de ella, que pueden vivirla por mucho tiempo. Como la medicina para la vida eterna, los que desechan a Dios y a su voluntad lo que hacen es buscar su propio camino. Lo terrible de esto es que los creyentes son absorbidos por estos arrogantes o hay arrogantes en medio de la iglesia y ambas situaciones son muy peligrosas.
Como creyentes debemos primero buscar la voluntad de Dios, el reino de Dios y su justicia y, cuando sepamos que le da gloria a su nombre, ir en pos de eso. A los hijos de Dios todas las cosas les son para bien (Ro. 8:28). Por eso, cuando planificamos nuestra vida a corto, mediano o largo plazo, siempre pensamos en pedir a Dios que no se haga nuestra voluntad, sino la de Él. El salmista lo resumió de la siguiente manera:
Pon tu delicia en el SEÑOR, y Él te dará las peticiones de tu corazón. Encomienda al SEÑOR tu camino, confía en Él, que Él actuará; Sal 37:4–5.
Hermanos, busquemos la voluntad de Dios, para que todo lo que hagamos traiga gloria a su nombre; dejemos la arrogancia de este mundo. Planifiquemos nuestras vidas de manera que lo que hagamos siempre esté encaminado a hacer la voluntad de Dios y la exaltación de su nombre.