El mundo pasa, y también sus pasiones, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre. 1 Jn 2:17.
Juan les explica a los creyentes otra razón para no amar al mundo, esta tienen que ver con el carácter temporal. El mundo y sus pasiones se acaban, están en camino a la autodestrucción. Los incrédulos hacen todo lo posible para deshonrar a Dios y con ello se encaminan hacia el infierno, pero los que han creído en Cristo tienen la seguridad de la vida eterna, que ahora está reservada en los cielos (1 P. 1:3–5).
Este mundo tiene que desaparecer porque se oponen abiertamente a Dios, su castigo es la destrucción y la tribulación (2 Ts. 1:6–10). Las pasiones se acabarán en el infierno donde para ellos no hay reposo. Mientras el creyente permanece para siempre en la gracia de Dios y es salvado de la ira venidera, el mundo será destruido.
¿Cómo es posible que el creyente esté aferrado a este mundo? Las razones que nos da el Señor deben ser suficientes para que dejemos de amar al mundo y sus inclinaciones pecaminosas. Cada creyente debe analizar su vida, como está su relación con Dios y con el mundo, los que aman el mundo no tienen el amor de Dios, los pecados y las pasiones que ofrecen se oponen al Señor y sobre todo el mismo mundo está encaminado al infierno.
Dicho lo anterior deberíamos tener ánimo pronto para aborrecer al mundo y sus pasiones, los que de él son lo que necesitan es el evangelio. Los creyentes antes que hacer causa común con el mundo y los que son de él deberían estar preocupados por arrebatarlos del infierno por medio del poderoso mensaje de la cruz. Solo el poder del Evangelio es transformador y es el mejor regalo que se le puede hacer a aquellos que están encaminados al infierno.