Que de ninguna manera sufra alguien de ustedes como asesino, o ladrón, o malhechor, o por entrometido. Pero si alguien sufre como cristiano, que no se avergüence, sino que como tal glorifique a Dios. Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios. Y si comienza por nosotros primero, ¿cuál será el fin de los que no obedecen al evangelio de Dios? Y si el justo con dificultad se salva, ¿qué será del impío y del pecador? Así que los que sufren conforme a la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, haciendo el bien. 1 P 4:15–19.
La Biblia nos enseña que sufrir por la causa de Cristo es glorioso y que debemos gozarnos en medio de ella para darle testimonio a los hombres y llevarles el evangelio. Pero lo que no es correcto es pensar que padecer a causa de nuestro pecado es sufrir por causa de Cristo. Nuestra vida de pecado, como los muestra Pedro, también trae sufrimiento, como andar metido en lo ajeno o en el chisme.
Pero si el sufrimiento es a causa del evangelio, no deberíamos avergonzarnos porque esto debe traer gloria a Dios cuando los creyentes son capaces de vivir por la fe en el evangelio. Si un cristiano está sufriendo las consecuencias del evangelio, debería sentirse dichoso de participar en los padecimientos de Jesucristo (Hechos 5:41). No hay vergüenza alguna en padecer por Cristo y este es el punto de Pedro; los padecimientos nos acercan a Cristo y nos preparan para la eternidad.
Además, es tiempo también que el sufrimiento purgue a la iglesia; es necesario que el juicio de Dios inicie en su casa, donde las persecuciones y los dolores ahuyentarán a los incrédulos de en medio de su pueblo. La persecución o las crisis que vive la iglesia también son necesarias para que el remanente de su pueblo se purifique de pecado y de los que los rodean con una falsa fe.
Si los creyentes que son probados por el fuego, y salvan sus almas solo por gracia y fe, para ser llevados a la gloria eterna, ¿qué pasará con los impíos? (Ro. 2:5; 5:16; 11:33) Ellos irán al castigo eterno, no hay paz para ellos. Si el impío sufre en esta tierra por la maldad que hace, tendrá que pagar en el infierno lo que le corresponde (Ap 21:8).
Así que los creyentes que realmente sufren porque esta es la voluntad de Dios, por causa del evangelio, deben confiar en Él, encomendar sus almas a su cuidado y seguir haciendo el bien (Jn. 16:2–3, 33). Los cristianos no podemos dejar de hacer lo que Dios nos ha mandado solo porque hay persecución, hay maltratos o dolores. En medio de los sufrimientos que trae el evangelio, hay que seguir confiando en Dios y seguir llevando su mensaje por el mundo.
Nuestras almas deben descansar en aquel que prometió salvarnos y justificarnos; no importan los padecimientos y los dolores de esta tierra, la fidelidad de Dios para su pueblo es eterna (Ro. 8:35–39). En todo caso, el gozo del creyente no está en esta tierra, sino en la promesa de vida eterna y de la resurrección de entre los muertos que nos ha dado Cristo (1 Ts. 5:23–24). Si nuestra fe y nuestras almas descansan en las promesas eternas, las persecuciones temporales no nos asustarán.
