El pecado de la dualidad al hablar.

A black and white mask with a sad face

Con ella bendecimos a nuestro Señor y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que han sido hechos a la imagen de Dios. De la misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así. ¿Acaso una fuente echa agua dulce y amarga por la misma abertura? ¿Acaso, hermanos míos, puede una higuera producir aceitunas, o una vid higos? Tampoco la fuente de agua salada puede producir agua dulce. Stg 3:9–12.

Las Escrituras nos muestran el real problema de la lengua. En principio, parece que los cristianos vemos al cielo y adoramos a Dios, lo exaltamos y bendecimos su nombre; estamos haciendo nuestro papel de adoradores. El problema es que el ser humano también es imagen y semejanza de Dios; al verlos a ellos, sin importar si son creyentes, familiares o personas que nos rodean y no dudamos en difamar, denigrar, criticar, hacer insinuaciones maliciosas, al hacer esto estamos atentando contra el Dios que puso su imagen en ellos. El punto es este: no podemos decir que adoramos a Dios y a la vez denigrar y faltar el respeto a los portadores de su imagen.

De la misma boca no puede salir bendición para Dios y maldición para sus criaturas; eso no es posible. De la misma forma que de una fuente no brota agua potable y agua contaminada, porque la contaminada hará que la potable pierda su estado de pureza. El agua dulce sería amargada, el agua potable contaminada; la maldición prevalece sobre la maldición, tomando el lugar de preeminencia. No se puede bendecir a Dios de una manera pura maldiciendo al prójimo.

Pero ahora la Biblia nos lleva a lo más profundo, a las raíces: una higuera no da aceitunas, ni la vid higos. El hijo de Dios no profiere palabras vanas contra su hermano; su naturaleza debe impedírselo (Mt. 12:34), porque debe abundar el amor de Cristo si dice ser su discípulo. De lo contrario, si no ama a su hermano profiriendo engaños y maldiciones, este no puede decirse creyente (1 Jn 2:9–11). Por ello Santiago nos manda a no hacernos muchos los maestros sin antes revisar nuestras vidas y nuestra lengua; una adoración a Dios con maledicencia contra nuestro hermano es una adoración falsa.

Debemos decir que en algún momento todos hemos caído en este pecado, el de ser hipócritas, como Pedro, que bendijo a Cristo (Mt. 16:16); luego profirió maldición (Mt. 26:74–75). Ahora nuestro hablar debe ser sincero, honesto, sin juramento y sin dobles (Mt. 5:37). Hablemos entre nosotros de la sabiduría de Dios y demos testimonio de cuál es nuestra naturaleza (Mt. 7:18, 20). Mandamiento de Dios tenemos y debemos obedecer.

Como está escrito:

«Hablen entre ustedes con salmos, himnos y cantos espirituales, cantando y alabando con su corazón al Señor». Ef 5:19.

En Colosenses, la Biblia nos exhorta.

«Que la palabra de Cristo habite en abundancia en ustedes, con toda sabiduría enseñándose y amonestándose unos a otros, con salmos, himnos y canciones espirituales, cantando a Dios con acción de gracias en sus corazones». Col 3:16.