El pecado de la murmuración.

brown wooden pipe in dark room

Hermanos, no hablen mal los unos de los otros. El que habla mal de un hermano o juzga a su hermano, habla mal de la ley y juzga a la ley. Pero si tú juzgas a la ley, no eres cumplidor de la ley, sino juez de ella. Solo hay un Legislador y Juez, que es poderoso para salvar y para destruir. Pero tú, ¿quién eres que juzgas a tu prójimo? Stg 4:11–12.

La Biblia nos manda a no estar murmurando, es decir, criticando a los hermanos; esto es difamarlos para destruirlos. En los diez mandamientos se nos dice: «No darás falso testimonio contra tu prójimo» (Éx 20:16). Cuando se murmura de los creyentes, el componente de la mentira o la exageración no falta. Hablar mal de los hermanos es quebrantar la ley de Dios (Mt. 22:37–40).

Juzgar al hermano y a la ley que usa Santiago hace referencia a condenar; quien murmura está emitiendo una condena contra su hermano y contra la ley misma. Cuando alguien toma el lugar de juez, no está cumpliendo con la ley. Porque los pecados de los demás creyentes no se dirimen en la murmuración, sino en la disciplina del Señor.

Lo que Santiago dice es que el creyente no es el dador de vida, tampoco tiene todo el conocimiento y la imparcialidad para condenar a los hermanos. La diferencia entre juzgar y disciplinar en el contexto de Santiago es muy diferente. Juzgar es hablar mal con la intención de destruir a una persona, hasta con mentiras y calumnias. Este pecado no se lo puede permitir alguien que teme a Dios porque sabe que también comete faltas y que es deudor de Cristo.

Cuando vamos a hablar de un creyente, debemos hacerlo con la intención de exaltar la obra de Cristo en su vida y nunca para ponernos de jueces. Hay que recordar que somos llamados a tener un concepto claro y no inflado de nosotros mismos (Rom 12:3) y esto nos ayuda a ver cuán lejos estamos todos de alcanzar la santidad que Dios exige.

Hermanos, ninguno debe tener esa necesidad de juzgar a otros y murmurar de ellos, cuando delante de Dios hemos sido salvados y lavados por la sangre de Cristo; todos los creyentes participamos de la misma gracia. Condenar a un hermano es hacer todo lo contrario a lo que ha hecho Cristo en su vida; recordemos que cuando hay pecado, Él intercede por nosotros (He. 7:25) y por nuestros hermanos.

Nuestro deber es llamar a los creyentes a la santidad y a la comunión con Dios; el Señor nos ha dejado un método (Mt 18:15-20) para que evitemos el chisme y la murmuración. La idea es que nos edifiquemos en amor los unos a los otros (Ef 4:16) hasta que seamos perfeccionados por Dios. Hermanos, evitemos caer en la tentación de murmurar en contra de los creyentes, de nuestros hermanos, y cuando alguien lo haga, llamémoslo a que deje ese pecado, ayudemos a que se santifique dejando la murmuración y no participemos de las obras infructuosas de las tinieblas (Ef 5:11-14).