El pecado del favoritismo. Prt 1

bible, bible study, reading, christian, religion, church, faith, scripture, bible, bible, bible, bible, bible, bible study

Hermanos míos, no tengan su fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo con una actitud de favoritismo. Stg 2:1.

Hay un mal que se estaba manifestando en la iglesia del primer siglo, que hoy también es manifiesto. El pecado del favoritismo marca y muestra el carácter pecaminoso de los hombres. La fe en el Señor no debe tener esta manifestación. La ley del Antiguo Testamento mandaba a los hombres a no tener estas actitudes: «No harás injusticia en el juicio; no favorecerás al pobre ni complacerás al rico, sino que con justicia juzgarás a tu prójimo» (Lv 19:15).

Dios no tiene favoritismos (Ro. 2:11); es este carácter el que debemos imitar del Señor. Él es imparcial (1 P. 1:17) y juzgará a los que cometen este pecado (Stg. 2:9). Cristo quiere que seamos mansos y humildes (Mt. 11:29–30); como enseñó a sus discípulos, en su ministerio nunca mostró imparcialidad (Mt. 22:16).

Tener favoritismo solo muestra una falta de comprensión de la salvación; el pecado es pensar que Dios nos ha salvado porque lo merecíamos y nada más lejos de eso. Dios nos ha salvado sin ser sabios, ni muchos poderosos, ni muchos nobles. (1 Co 1:26). El carácter salvador de Dios nos debe ser suficiente ejemplo para no cometer este pecado.

Santiago lo denuncia en la Iglesia para que paren de hacerlo, para que no lo hagan más. Si por alguna razón estamos menospreciando a nuestros hermanos, por su edad, etnia o estatus, estamos pecando contra Dios y contra nuestros hermanos. La Biblia es enfática: «Dejen de tener favoritismo». Aunque parezca incongruente, es normal escuchar a creyentes decir que les cuesta tener comunión con ciertos grupos, que hay creyentes difíciles. Todo esto no es más que un favoritismo disfrazado.

La Biblia nos va a mostrar ciertos ejemplos y mandamientos para evitar cometer este pecado; por ahora basta decir que debemos amar al prójimo como lo hacemos a nosotros mismos, no con favoritismos, ni con diferencias. Amar a nuestros hermanos es un mandamiento y un reflejo de la obra de Dios en nosotros. Debemos derramar ese amor sobre todos los creyentes más allá de las diferencias que podamos tener.