Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que también nosotros podamos consolar a los que están en cualquier aflicción, dándoles el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios. Porque así como los sufrimientos de Cristo son nuestros en abundancia, así también abunda nuestro consuelo por medio de Cristo. 2 Co 1:3–5.
Al leer este pasaje, es muy fácil pensar en las tribulaciones o conflictos que nos asedian todos los días, pero las tribulaciones de las que Pablo era consolado eran la persecución a causa del evangelio. Él estaba siendo azotado, golpeado y encarcelado a causa del evangelio (1 Cor 15:31); en medio de este dolor, encontró el consuelo en Cristo, quizá en la resurrección (15:51). La tribulación que vivieron los primeros creyentes fue muy grande, pero su consuelo era mayor.
Los conflictos de los creyentes son muchos en esta época, pero incomparables a los padecimientos de Jesucristo. Los conflictos también son gracia de Dios en nuestra vida a fin de afirmar nuestra fe (Fil 1:29); el que sale victorioso de las pruebas sale gozoso y con una fe más robusta (Sant 1:3–4), pero no sale de la tribulación por sí solo, sino porque Cristo es el que sustenta al afligido.
Pero las tribulaciones no son para que las suframos solos y nos encerremos en ellas, son para que encontremos consuelo en Cristo y en otros hermanos que ya han pasado por el dolor. Cada vez que un creyente vence la prueba y es consolado por Cristo en medio de los dolores de esta vida, debe nacer un consejero que reparte el consuelo del Señor a sus hermanos. Entre más dolor, más consuelo de Cristo y mayor el deseo de acompañar a otros.
Este principio también nos muestra el pecado de muchos que llevan su dolor en silencio y no puede la iglesia dar ese consuelo, o que no buscan ayuda en medio de la iglesia y van en pos de incrédulos a contar sus problemas; ahí no hay consuelo de Cristo. Aun las tribulaciones terrenales, Dios las ha dejado para su gloria, para que lo encontremos a Él en medio del dolor y para que demos testimonio a los que sufren por su causa, o simplemente a los que están pasando la misma etapa que nosotros hemos pasado. La idea es que el consuelo de Cristo sea el consuelo de toda la iglesia; solo compartiendo nuestras derrotas y victorias podemos servir a Dios con el consuelo que nos da por medio de Cristo.
Pero lo más glorioso es que Dios es Padre de consolación; aun en medio de la soledad, del dolor, podemos aferrarnos a la promesa que Dios hace a sus hijos, de nunca dejarlos solos. En nuestras tribulaciones, nuestro gozo es Cristo; en el dolor, nuestro consuelo es su gracia y, cuando perdemos las fuerzas, Él es nuestra fortaleza. Quizá alguno no tenga a nadie de confianza, pero Dios nunca dejará de ser el consuelo que necesitan los creyentes y, ya que somos Sus hijos, buscará la manera de consolarnos en esos días donde todo parece perdido para que podamos al final darle gloria y honra a Su Nombre, porque Su obra de consolación también es milagrosa en medio de Su pueblo.
