El poder del Espíritu en la vida de los incrédulos es un acto innegable y visible.

black and yellow book on brown wooden table

Sabemos, hermanos amados de Dios, de la elección de ustedes, porque nuestro evangelio no vino a ustedes solamente en palabras, sino también en poder y en el Espíritu Santo y con plena convicción; como saben qué clase de personas demostramos ser entre ustedes por el amor que les tenemos. 1 Tes 1:4–5.

Los creyentes de Tesalónica tenían una salvación que era perceptible, casi palpable, o al menos eso es lo que Pablo les trata de decir. Esta iglesia no debía revisar, juzgar, porque era perceptible a la distancia de que tenían una relación íntima con el Salvador, con el Padre, y por lo tanto abundaban en el fruto del Espíritu.

Todos los creyentes han sido elegidos soberanamente por Dios para la salvación (Mt. 24:22), de manera que ya no cabe acusación alguna contra los elegidos del Señor (Ro. 8:33); esta obra de elección es una obra que solo puede hacer el Señor (Ef. 1:4–6). Ahora, la salvación es un misterio porque el Espíritu sopla de donde quiere y nadie puede saberlo (Juan 3:8); solo el que es nacido de nuevo puede mostrar esta salvación por medio de los frutos.

Dicho lo anterior, es importante ver que los tesalonicenses, a pesar de gozar en la intimidad de sus corazones de la salvación, no pudieron mantenerlo oculto; el fruto fue tan evidente que llenaron las ciudades vecinas del Evangelio. Tenían amor fraternal los unos por los otros, seguían a Cristo en medio de la persecución y del dolor.

La salvación de los tesalonicenses: recibieron el poder transformador del evangelio, el Espíritu los cambió al instante y recibieron fuerzas para ser testigos (Hch. 1:8). Esta salvación fue tan evidente que nadie podía dudar de esa salvación, al instante era obvio que Dios los había transformado. El fruto del Espíritu que estuvo en Pablo en Silas y Timoteo, ese amor desinteresado por el evangelio y el amor que mostraban, rápidamente se vio reflejado en los de Tesalónica.

Estas palabras de Pablo a los tesalonicenses dan para hablar muchísimo, pero es importante, preguntarnos ¿el Espíritu Santo que inspiró estas palabras acerca de los tesalonicenses diría lo mismo de nosotros? ¿Acaso la iglesia moderna, o nuestra congregación, tiene un testimonio tan evidente de la obra realizada en nosotros?

Al menos la salvación, que es por gracia, por fe y por Cristo, da frutos innegables de justicia, los cristianos por su puesto pueden mostrar la obra salvadora de sus almas en sus obras y en su forma de andar. Cuando Dios salva a una persona, la obra es visible porque el poder transformador del Señor es enorme. No se puede ocultar, pero al parecer en este mundo posmoderno ya no hay ese impacto en la sociedad de una verdadera conversión, ya no hay ese testimonio tan fuerte y puro.

Hermanos, debemos volver a la dependencia del Espíritu para que la obra salvadora del Señor en realidad dé frutos no solamente a los creyentes, también a los incrédulos que pueden ver cómo toda una sociedad puede ser cambiada por el poder del Evangelio. Esta no es una obra que podemos solo imitar; debe surgir de una iglesia que depende del poder de Dios para ser luz y sal y en un mundo oscuro e insípido.