El poder transformador del evangelio deja marcas para que nos animemos a predicarlo.

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Pues ellos mismos cuentan acerca de nosotros, de la acogida que tuvimos por parte de ustedes, y de cómo se convirtieron de los ídolos a Dios para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a Su Hijo, al cual resucitó de entre los muertos, es decir, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera (1 Tes 1:9–10).

El cambio radical que tuvieron los tesalonicenses al convertirse a Cristo fue tal que el mundo mismo podía notarlo. Ellos dejaron la esclavitud del pecado y de la maldad para volverse a Cristo; cambiaron de amo, de uno muerto y despiadado a un salvador verdadero.

La salvación, de eso se trata, de cambios verdaderos por causa de mentes y personas transformadas e impactadas por la verdad del pecado y de la muerte; estos cambios son evidentes, visibles (Hch. 20:21). Ahora los que eran esclavos del mundo y del pecado se convierten en esclavos de Cristo para andar en la santidad (Ro. 6:16–18).

Además, esta transformación hace que las personas puedan tener esperanza en Cristo. Este anhelo por Dios, por su venida y por su salvación solo se puede ver en quienes realmente son hijos de Dios; los impíos le temen a la muerte porque saben que hay un juicio y ante la incertidumbre de este, sufren por temor; los creyentes estamos en espera y anhelamos a Cristo.

Los tesalonicenses tenían una doctrina acerca de Jesucristo correcta, de su vida y su resurrección, de las promesas que dejó para los apóstoles, y podían seguir, en medio de la sociedad corrupta en la que vivían, siendo testigos andantes del poder transformador del evangelio. Esto es maravilloso porque realmente muestra el poder del Espíritu cuando entra en una persona.

Hace un tiempo me senté con unos creyentes a quienes les gustaba saber cómo el Espíritu de Dios había transformado vidas. Este ejercicio me parecía un poco raro, pero al final es gratificante. Los creyentes contaban cómo anduvieron en las tinieblas, lejos de Dios y sin esperanza, y cómo se vio el cambio en ellos cuando Cristo los salvó; además, contaban cómo esto impactaba a sus familiares y conocidos. Haga este ejercicio en su iglesia y verá el poder transformador del evangelio.

No cabe duda de que cuando el evangelio llega al corazón de una persona, lo cambia y lo transforma. Pablo, Lidia, el carcelero, los tesalonicenses y los corintios solo son un pequeño grupo de testigos de cómo el evangelio actúa para cambiar a los que antes eran perdidos y ahora fueron encontrados por Cristo.

Como iglesia de Cristo en el mundo, deberíamos tener este mismo testimonio delante de los incrédulos; el sincretismo nos ha quitado esa capacidad de ver realmente los cambios en pecadores que se vuelven al Señor, pero Él sigue salvando y dando evidencias de ello para que el mundo sepa que sí transforma y sí cambia a las personas; además, estos cambios visibles son para que la iglesia siga animada a la predicación del evangelio al ver el fruto de su trabajo.