Saben además de qué manera los exhortábamos, alentábamos e implorábamos a cada uno de ustedes, como un padre lo haría con sus propios hijos, para que anduvieran como es digno del Dios que los ha llamado a Su reino y a Su gloria. Por esto también nosotros sin cesar damos gracias a Dios de que cuando recibieron la palabra de Dios que oyeron de nosotros, la aceptaron no como la palabra de hombres, sino como lo que realmente es, la palabra de Dios, la cual también hace su obra en ustedes los que creen. Tes 2:11–13.
El trabajo de plantar iglesias no es fácil; deben los hombres de Dios tener un testimonio de vida que concuerde con la que predican, para que puedan exhortar al pueblo de Dios a que se conduzcan por el camino de la santidad y que vivan para la gloria del Señor (Col. 1:10).
Andar como es digno del Señor es una convicción del alma, es algo que solo da el Espíritu, es andar consciente de la presencia de la santidad del Señor en todo momento, es vivir para su gloria esperando su regreso. Los creyentes de la primera iglesia tenían tan claro que el Señor vendría pronto por ellos y por la iglesia que trabajaban duro con profundo temor y reverencia para que su Nombre fuese glorificado en toda la tierra y para que los encontrase haciendo lo que les había mandado a ellos y a los nuevos creyentes.
Los tesalonicenses, al recibir estas palabras de exhortación, las tomaron con un corazón humilde, oyeron el mensaje de los apóstoles, reconociendo que hablaban de parte de Dios, y esto los ayudó a su crecimiento, porque es la Palabra la que hace crecer a la iglesia. Los tesalonicenses que creyeron (Hch. 17:4) rápidamente se unieron a Pablo y a Silas para conocer más de Cristo; la Palabra los había restaurado y ellos aún no lo sabían, pero ya daban fruto de ello (Ro. 10:10, 17).
Esta es la victoria del evangelio; que un mensaje tan sencillo contiene el poder de Dios para salvación (Romanos 1:16). La muerte y la resurrección de Jesucristo es lo que debemos anunciar al mundo y el poder de Dios actuará. Los tesalonicenses son testigos de ello. Los impíos oyen estas palabras y las desechan porque el evangelio no brilla en ellos (1 Co 1:18–25), pero los verdaderos cristianos progresan en el evangelio, crecen por medio de él, sus vidas están alimentadas por él.
Esto, sin lugar a duda, es lo que los creyentes debemos analizar, qué tan cerca o lejos nos encontramos de dar fruto visible del evangelio que decimos creer. La necedad del hombre hace que menosprecie el evangelio, que lo haga a un lado, y muchos que dicen ser creyentes hoy viven el mismo ritmo de vida del mundo caído. Este sincretismo ha hecho que parezca que el evangelio ha perdido poder transformador, pero no es cierto; lo que ha pasado es que muchos no han sido transformados realmente por el evangelio y esto es culpa en parte de quienes lo predican.
Cuando el evangelio se predica con pureza, sin añadiduras y con la completa convicción de que tiene poder transformador, entonces dará fruto real (Col. 1:6). Esto debe retarnos a predicar el evangelio esperando que Dios dé frutos, con humildad, sin suponer que nuestras palabras cambien a las personas, sino solo desear que el poder de Dios se manifieste; entonces traerá fruto.
Debemos salir a predicar, eso es cierto, pero antes debemos aprender humildemente que solo debemos predicar a Cristo (1 Co 2:2) y Él traerá verdadero fruto y creyentes a su viña. Cuando predicamos otra cosa, la iglesia se llenará, pero no de frutos espirituales y transformados por el Espíritu de Dios, ese es el reto que tenemos, predicar solo a Cristo.
