Ustedes saben que no fueron redimidos de su vana manera de vivir heredada de sus padres con cosas perecederas como oro o plata, sino con sangre preciosa, como de un cordero sin tacha y sin mancha: la sangre de Cristo. 1 P 1:18–19.
La palabra redimir tiene que ver con un asunto monetario; esto significa que el término fue utilizado por mucho tiempo para describir la compra de algo. En la Biblia se usa para describir la transacción que se hace para comprar la libertad de alguien mediante la figura de la redención. Para los griegos significaba pagar para recuperar a los prisioneros de guerra. En el Antiguo Testamento, Booz redime a Rut, lo que significa que debía asumir una deuda para recuperar un terreno.
Lo que Pedro dice es que los creyentes saben que su redención no fue una cuestión monetaria, ya que la culpa que el hombre cargaba era su pecado en contra de Dios mismo; no hay dinero alguno que pueda compensarlo por los pecados cometidos. Además, hay otra razón por la cual el hombre no puede pagar con dinero su redención: a Dios debe pagar, y Él es dueño de todo lo visible y lo invisible (Gn 1). De Él es la tierra y toda la plenitud (Sal 24:1); el oro y la plata le pertenecen (2:8-10).
No es que exista una manera monetaria de pagar a Dios por nuestros pecados, porque todo lo que existe le pertenece; además, la ofensa fue tan grande contra su santidad que Él mismo tuvo que buscar un medio de redención para el hombre porque este es incapaz de satisfacer todas las demandas de la justicia de Dios. El ser humano fue redimido con la sangre preciosa de Cristo.
En el contexto en el que Pedro escribe, nos invita a la santificación debido a que nuestra redención costó la vida de Cristo, su sacrificio en la cruz. Esta obra de Dios no tiene valor contable; es el amor de Dios manifestado al salvar a los pecadores (Juan 3:16). No se puede comprar, no es de méritos humanos. Y si ahora entendemos el valor de la salvación, el verdadero dolor y sacrificio que Cristo llevó sobre sí en el madero, ¿cómo no vamos a santificarnos y abandonar los pecados que nos asedian?
Jesucristo es el sacrificio provisto de Dios para la humanidad para salvarla de sus propios pecados; este sacrificio es perfecto, porque el que no cometió pecado por nosotros se hizo pecado (2 cor 5:21), de manera que ahora nosotros somos hechos justicia de Dios en Él. Ese don tan maravilloso de la salvación, contemplar la cruz de Cristo, debe llevarnos a purificarnos cada día y a mostrarle al mundo el evangelio y las implicaciones visibles de este.
Hermanos, ya fuimos comprados por la sangre de Cristo; andemos en la santidad que demanda ser llamados hijos de Dios. Eso es lo que Él desea, que seamos semejantes a Cristo, abandonando el pecado de este mundo.