Ustedes saben que no fueron redimidos de su vana manera de vivir heredada de sus padres con cosas perecederas como oro o plata, sino con sangre preciosa, como de un cordero sin tacha y sin mancha: la sangre de Cristo. 1 P 1:18–19.
La sangre de Cristo nos ha redimido de la vana manera de vivir que fue heredada de los Padres. En otras palabras, éramos esclavos de esa manera vana de vivir. Esto incluye la esclavitud del pecado (Romanos 6:6, 17–18). Los pecados que como incrédulos cometíamos son el reflejo de la naturaleza de vanidad y de la esclavitud. Los pecados que como creyentes llegamos a cometer son el recordatorio de la gloriosa y necesaria redención.
Pedro ya ha dicho que dejemos los malos pensamientos y que volvamos a la santidad (1 Pe 1:14–15). La existencia del impío es vana, superficial y sin sentido, porque no piensan en la eternidad, en la gloriosa transformación ni en la condenación de sus almas, solo viven para el placer de esta vida. La vanidad de la vida lleva a la idolatría, al desprecio por la santidad y su fin es muerte externa (Ap 21:8).
La cuestión es que ya fuimos rescatados de esta manera de vivir, por lo tanto, no deberíamos seguir andando en la vanidad de la vida, éramos esclavos, Cristo nos libertó. Lo que debe hacer cada creyente es «Esto digo, pues, y afirmo juntamente con el Señor: que ustedes ya no anden, así como andan también los gentiles, en la vanidad de su mente» (Ef. 4:17).
La vana manera de vivir es recibida de los padres, rituales, tradiciones, idolatría, el creyente no debe aferrarse a las tradiciones que tienen los familiares, debe pensar en cuál de ellas realmente glorifican a Dios y cuáles lo alejan. A estas enseñanzas religiosas Cristo les llamó doctrinas de hombres, piensan adorar a Dios, pero en realidad están lejos de Él (Mt. 15:7–9)
Ya que Cristo nos dio vida (Col. 2:13–14), debemos cada día alejarnos de la vanidad de la vida para ir en pos de Él. Como creyentes debemos cada día revisando lo que hacemos, lo que vivimos para entender que nos mueve a hacer lo que hacemos, la gloria de Dios o nuestras vanas tradiciones humanas. Abandonemos hermanos la vanidad de la vida y corramos a la santidad de nuestro Señor, el precio de la redención fue muy alto para seguir amando a quien nos tenía esclavizados.
Den gracias al Señor, porque Él es bueno; Porque para siempre es Su misericordia. Díganlo los redimidos del Señor, A quienes ha redimido de la mano del adversario Sal 107:1–2.
