El que cree en el Hijo de Dios tiene el testimonio en sí mismo. El que no cree a Dios, ha hecho a Dios mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado respecto a Su Hijo. Y el testimonio es este: que Dios nos ha dado vida eterna, y esta vida está en Su Hijo. El que tiene al Hijo tiene la vida, y el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida. 1 Jn 5:10–12.
El testimonio que da Dios de su hijo es muy importante, ya que de la respuesta que el ser humano tenga a este dependerá su eternidad. Entonces existen dos tipos de personas, las que creen para vida eterna o los que rehúsan creer y son condenados a la muerte eterna (Juan 3:16–22). Por tanto, este texto reduce a la humanidad entera a solo dos tipos de personas, los que están con Cristo y los que están en su contra (Mt. 12:30). Aunque todos los humanos somos pecadores, y tenemos como testimonio de esta verdad la muerte (Ro 5:12), cada uno debe dar cuentas a Dios, pero ahora Él ha dado a su hijo y con Él el testimonio para vida eterna de los que creen y condenación de los que no creen.
Los que creen en el testimonio de Jesús son salvos, tienen vida eterna, pero quien no cree está acusando a Dios de mentiroso, de no ser el Señor eterno y a la vez niega el testimonio de Jesucristo, rechazando así la vida eterna y la salvación. Ahora los que creen tienen la vida eterna asegurada en Cristo Jesús.
Si bien es cierto que tenemos una sociedad cristianizada y que todos o su gran mayoría dice creer en Cristo, las Escrituras nos han dado las evidencias suficientes para saber quiénes mienten acerca de ello. Los que no aman al hermano, no tienen la vida; los que no se santifican, no tienen la vida; los que no guardan los mandamientos de Dios tampoco.
Dios llama a todos los que no creen en su nombre al arrepentimiento, ya que todos los que no creen en Cristo, la ira permanece sobre ellos (Jn 3:36). El mensaje de las escrituras no cambia, es el mismo: «Por tanto, arrepiéntanse y conviértanse, para que sus pecados sean borrados, a fin de que tiempos de alivio vengan de la presencia del Señor» (Hch 3:19). Dios dio a su Hijo para que fuese crucificado, para que llevase los pecados de todos aquellos que confiadamente vienen a Él para perdón de pecados. Ahora este Cristo que fue crucificado murió y resucitó conforme a las escrituras (1 Cor 15:3–4).
Ahora que esto está tan claro, Dios lo resucitó de entre los muertos para hacerlo Señor sobre todas las cosas, para que todos lo confiesen como Señor (Fil 2:9–11). Los que vienen a Jesús en arrepentimiento, confesando su nombre, tienen vida eterna (Jn 3:36), pero los incrédulos tendrán su parte en el lago de fuego, es decir, en el infierno (Apo 21:8). ¿De qué lado está usted?