Hermanos, no hablen mal los unos de los otros. Stg 4:11
La palabra que se traduce aquí como hablar mal tiene un sentido más profundo, significa calumniar: «Atribuir falsa y maliciosamente a alguien palabras, actos o intenciones deshonrosas». Parece que el pecado de los hermanos podría ser también el de difamar: «Desacreditar a alguien, de palabra o por escrito, publicando algo contra su buena opinión y fama». Lo que la Biblia enseña es que este pecado no debe existir en medio de la Iglesia.
La Biblia enseña que la buena fama es muy valiosa (Pr. 22:1; Ec. 7:1). Las personas que gozan de ella no se la han ganado de la noche a la mañana; tener un buen testimonio de la sociedad es una gracia que Dios da a los hombres. Los creyentes debemos ayudar a que esa fama permanezca, ayudar a que los creyentes mejoren en su testimonio hacia afuera, nunca destruirla. El problema del difamador es que solo necesita dos componentes para estallar su maldad, la lengua y el rencor (Sal. 41:7–8; 109:3).
La Biblia condena enérgicamente este pecado; para Dios es tan serio que desde la Ley mandó al pueblo a guardarse del pecado del chisme (Lv 19:16). También enseña que no debe el sabio rodearse de chismosos (Pr. 20:19). En el Nuevo Testamento se encuentran muchos mandamientos y pasajes que mandan a cuidarse de este pecado (Ef. 4:31; Col. 3:8; 1 P. 2:1). Para Dios este pecado es tan serio como cualquier otro; este es un pecado que atenta contra la unidad del cuerpo de Cristo, por eso las Escrituras le dedican mucho espacio.
Satanás difamó a Dios, atentó contra su santidad y el resultado fue que Eva comió del fruto (Gn. 3:1–6). Hombres murieron por causa de la calumnia y el mal hablar de otros (1 R. 21:13); el muro de Jerusalén vio detenidas las obras gracias a este pecado (Esd. 4, 6). De no ser por la mano de Dios, Israel hubiese sido exterminado en el exilio a causa de la difamación (Est. 3:8). Jesús mismo sufrió a causa de sus adversarios (Mt. 11:19; 26:59; Jn. 8:41, 48). Este pecado es malo en gran manera y destructivo. ¡Cuidado!
Por todo lo anterior es que Jesús dijo: «Porque del corazón provienen malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios y calumnias» (Mt 15:19). Hermanos, cuidemos nuestros corazones para no caer en el pecado, para no darle lugar al diablo. Nuestro deber es callar a los calumniadores llamándolos al arrepentimiento (1 P. 2:1); desechemos todo eso de en medio de la iglesia.
Si tu hermano ha pecado, llámalo estando solos aparte, repréndelo; no dejes que el enojo, la maledicencia tome lugar, corrígelo en amor, hazlo crecer a la imagen de Jesucristo. Para que esa sea la vara de medir entre los creyentes. Si alguien viene a hablarte mal del hermano, repréndelo, llámalo al arrepentimiento, para que el pecado no crezca en medio de la congregación (Mt 18:15-20). Hermanos, no demos lugar al diablo, conservemos la unidad y demos buen testimonio a los de afuera para que el Evangelio no halle en nosotros tropezadero; antes bien, seamos ejemplos de la vida piadosa de Cristo y esto impulse el evangelismo.