Esperando la transformación. Prt 2

A man standing on top of a mountain under a night sky filled with stars

Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que habremos de ser. Pero sabemos que cuando Cristo se manifieste, seremos semejantes a Él, porque lo veremos como Él es. Y todo el que tiene esta esperanza puesta en Él, se purifica, así como Él es puro. 1 Juan 3:2–3

Ahora que tenemos la promesa de la vida eterna y de la transformación de los cuerpos, el deber del creyente es santificarse. La razón es sencilla, cada creyente, previendo que será transformado a la imagen de Cristo, busca en la tierra parecerse más a Él. El creyente verdadero busca, anhela ser transformado (Ef. 4:17–32), busca las cosas celestiales y pone su mirada allí (Col. 3:1–17).

El deseo de estar cara a cara con el Señor debe hacernos pensar en su santidad y en nuestra santidad, a fin de que crucifiquemos la carne y vivamos para Él (Gá. 2:20). La santidad es una disciplina que hay que practicar, que hay que buscar (He. 12:1). Es coherente que los creyentes busquen y anhelen la santidad, ya que esperan estar con el Santo.

Los creyentes tienen un bajo concepto de la santidad y de la santificación porque  han quitado la mirada de la transformación, han olvidado la esperanza de la comunión eterna con Dios (He. 9:14), la salvación no es una cuestión temporal, es una obra eterna que debe conducirnos a la piedad.

El creyente debe estar enfocado en la promesa eterna de ser conformados a la imagen de Cristo. Cuando esto es una realidad, el deseo por estar con Él y ser semejante crece. Solo los verdaderamente salvos manifiestan rectitud, santidad y justicia porque aman a Cristo, están conscientes de su posición eterna y saben que está por manifestarse la salvación (1 P. 1:3–5).

Sigamos el ejemplo del Apóstol Pablo, quien dijo: «prosigo hacia la meta para obtener el premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. Así que todos los que somos perfectos, tengamos esta misma actitud» (Flp 3:14–15). Que el anhelo por estar con Cristo produzca en nosotros santidad y avivamiento para que nuestra adoración inicie aquí en la tierra.