Hablar verdad honra a Dios.

Y sobre todo, hermanos míos, no juren, ni por el cielo, ni por la tierra, ni con ningún otro juramento. Antes bien, sea el sí de ustedes, sí, y su no, no, para que no caigan bajo juicio. Stg 5:12

Naturalmente, todos los hombres son mentirosos; esto no es una cuestión discutible (Salmo 116:11–12), son las marcas del pecado que tienen los hombres. El impío no se preocupa por su mentira, no le hace bulla que las personas tengan desconfianza en él. Como creyentes, también es normal que tengamos que luchar fuertemente por la verdad y por decirla.

Dada la realidad de la mentira en medio del pueblo, algunos querían sellar sus palabras con juramentos; juraban por el cielo o la tierra. Esto en realidad es blasfemo. Jesús dijo: «Pero yo les digo: No juren de ninguna manera; ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de Sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey» Mt 5:34–35.

Es muy fácil encontrar juramentos a lo largo de las Escrituras y aun en medio de bodas y juicios en la actualidad se hacen votos y juramentos. Lo que estaba pasando es que los judíos se engañaban unos a otros con falsos juramentos. El problema no estaba en el juramento; el problema es que blasfemaban de Dios usando Su creación para engañar a otros.

La costumbre de engañar a otros debe estar alejada de nosotros; las mentiras son muy sutiles y engañoso el corazón. Cuando nos comprometemos a hacer algo, o a determinada hora llegar y no lo hacemos, engañamos a otros. Cuando descaradamente decimos lo contrario de lo que es, pecamos contra Dios y contra nuestros hermanos.

Lo que la Biblia nos recomienda es que hablemos la verdad, que los hombres puedan darse cuenta de que nuestra palabra es veraz. No podemos ser de esas personas de las que todos desconfían; estamos dando mal testimonio de Cristo. Los creyentes deben ser conocidos por su confiabilidad. La Biblia nos manda a dejar la falsedad y a hablar la verdad siempre (Ef. 4:25).

Honrar nuestra palabra es honrar a Dios, porque de Él somos hijos y de Cristo llevamos la imagen. No tomemos a la ligera el hablar verdad y el pecado de la mentira, porque ningún mentiroso estará en el cielo (Ap. 21:8).